Al día siguiente, justo después del amanecer, Aleksandr
había dejado su hogar a manos de su querida esposa Élaine, de la que se
despidió con un beso antes de darle la espalda y dirigirse de camino al castillo.
Muchas dudas invadían su mente, puesto que las palabras de Eivor seguían
acuchillando su corazón, creándole una incertidumbre que todavía no se
disipaba. ¿Qué intenciones tenía el Emperador? ¿A qué debía de atenerse a
partir de ahora? No quiso pensar más en ello por ahora, así que una vez se
adentró en el castillo, tomó camino directo a las mazmorras.
Allí, las paredes eran oscuras, pestilentes y frías. Gotas
de agua caían sin cesar por determinadas esquinas, y sus piedras permanecían
cubiertas de un moho verdoso que a simple vista, daba náuseas. Unos gritos
resonaban por todas las escaleras que estaba en ese preciso instante
descendiendo, creando un eco molesto.
Frunció el ceño levemente, preguntándose de quien se trataba. Pero la respuesta
la obtuvo de inmediato al encontrarse con Viscen, situado frente a los barrotes
de uno de los calabozos.
En la izquierda, pudo ver perfectamente a La Muerte, que
bajo las sombras, le dirigía una mirada serena, pero carente de emociones. Eso
provocó que Aleksandr le evitase el contacto visual, puesto que al fin y al cabo
la había traicionado, como desde un principio se había planeado con el
Emperador. No tenía remordimientos, o eso creía, pero desde que la había
conocido, su cortante frialdad no le gustaba en absoluto. Por otra parte, en la
derecha, estaba la compañera del dragón, colgada en los alto de los barrotes,
como un animal, a cuatro patas. Se le asemejó a un babuino en esa postura.
Era ella quien gritaba. Mordía los barrotes de hierro con fiereza,
chillando a diestro y siniestro, haciendo que de vez en cuando, Viscen se
llevara las manos a los oídos. El capitán se aproximó a él, observando a la
chica.
–Tiene buenos pulmones– comentó, viendo cómo
ella al verle llegar, le gruñía. Su cabellera roja estaba desordenada,
interponiéndose en sus mejillas. –¿Has tenido que vigilarla durante toda
la noche?
–Órdenes del Emperador. – bufó Viscen, chasqueando
la lengua con desagrado. – La Muerte al menos ni se la escucha respirar.
Pero ella es casi como un animal que odia estar enjaulado.
–¡COBARDES! ¡MALDITOS! ¡EXIJO SABER DÓNDE TENÉIS A
EIVOR! – se deslizó por el hierro, enfrentando el rostro de Aleksandr.
Alzó la mano hacia él, como si quisiera arañarle. –¡Como le hagáis daño,
os sacaré las tripas con mi propias manos!
–El dragón está en el lugar que le corresponde.
Agradece que el Emperador lo tiene aún con vida… o quién sabe. – Viscen
soltó una carcajada. –Quizás ya haya muerto.
–¡Sois lo más podrido de este mundo! ¡Los seres
mágicos no os han hecho nada! ¡Vosotros empezasteis la guerra! ¿¡Qué esperabais,
que no se defendieran!? Pero…–ahora la que reía, era ella. –….sois
patéticos. Estáis resentidos porque ellos conquistaron vuestras tierras, y
ahora como críos, sólo os dedicáis a matar a esas criaturas a diestro y
siniestro. Vais a daros contra los dientes a la mínima. ¡El Emperador sólo está
jugando con vosotros! ¡Solo sois sus piezas que maneja como le da la gana!
–¡Cállate, asquerosa salvaje! – gritó
Aleksandr, dando un golpe contra los barrotes, haciendo que estos rechinasen y
temblaran. No iba a permitir esas palabras. No quería más dudas. –No
sabes de lo que hablas. Los únicos que deben de ser erradicados, son ustedes.
Acabaron con familias de cientos de soldados inocentes. ¿Acaso no conoces el ojo
por ojo y diente por diente?
–Dime, capitán de tres al cuarto. ¿Qué harías si te
atacasen? ¿Te defenderías o dejarías que te matasen? – Lyria adoptó una
sonrisa ladeada, la cual le hizo a Aleksandr vacilar. Ella se colocó mejor el
cabello, acumulándolo en su hombro derecho. Mientras, se acercó más a los
barrotes, y aprovechó su despiste para agarrar al hombre y acercarle. –¿No
lucharías hasta el final? Yo que tú me pensaría la respuesta. No creo que
hubieses permitido que matasen a esa esposa tan hermosa y dulce que tienes. Qué
tragedia sería que le rebanasen el cuello, y todo porque otro Emperador lo
quiso así. Ponte en nuestra situación. Ponte en la situación de los seres
mágicos.
Y sin más, le soltó, rascándose el rostro mientras volvía al
fondo de su calabozo. Viscen estuvo a punto de entrar allí mismo y matarla,
pero el capitán se lo impidió. Negó con la cabeza, debían dejar las cosas como
estaban. No dijo ninguna respuesta, con el silencio, se retiró de los
calabozos, para buscar al Emperador. Sin embargo, en cuanto había adelantado un
considerable tramo, escuchó más gritos. Pero estos, no tenían nada que ver con
los de aquella desagradable muchacha. Eran gritos desgarradores. Contrariado y
movido por la curiosidad, aceleró sus pasos, pero siempre intentando ser
sigiloso y que nadie se percatase de su presencia.
Apegándose a la pared, notó que estaba cada vez más cerca.
Con cautela, siguió hasta encontrarse
con una puerta. Para su desgracia, cerrada, pero se dio cuenta de un
detalle importante. A lo alto de esta, se podía ver un hueco con rejas, así que
podría echar un vistazo a través de él. Aunque, al hacerlo, la escena que se
encontró fue de lo más abrumadora. Colgado de una soga en lo alto del techo,
las puntas de sus pies rozando el suelo y sus manos siendo sostenidas, el joven
híbrido gritaba a cada sonido de un látigo que se impactaba contra su espalda.
Aleksandr pudo entrever que hilos de sangre se colaban por su cintura,
apretando la mandíbula y cerrando los ojos con fuerza.
Su pelo oscuro ocultaba su expresión de sufrimiento, pero el
hombre deducía sin necesidad de verlo, que aquello le infringía dolor, mucho
dolor. Otro latigazo volvió a producirse. Esta vez no había gritado, en vez de
eso, la voz del Emperador intervino, sorprendiéndole.
–Déjalo, se ha desmayado.
–¿Qué haremos con él, señor?
–El híbrido no ha querido hablar. Otro en su sano
juicio hubiese aceptado a desvelar lo que necesitamos saber, pero él ha
preferido aguantar 60 latigazos. Pobre necio. – suspiró, parecía
enfadado por esa razón. –Déjalo ahí, volveremos después para comprobar
si recupera el conocimiento.
Cuando Vladek abandonó la estancia con su verdugo, se detuvo
un momento antes de volver a sus aposentos.
–¿Ocurre algo?
–No. Simplemente me pareció ver algo. Volvamos.
Tras desaparecer la sombra de ambos hombres, Aleksandr salió
de su escondite. Tuvo que agradecer a la columna que constituía una de las
esquinas del pasillo, de no haber sido por eso, habría sido descubierto. No
comprendía nada. ¿Desvelar el qué? ¿Qué sabía Eivor que el resto no? Reprimió
un escalofrío. Sesenta latigazos. Un humano normal no hubiese soportado tanto.
Volvió a acercarse a la puerta, observando al chico en el interior. No se
movía, daba la impresión de ser un muñeco inerte, colgado de aquella manera tan
apabullante.
¿Qué haría a partir de ahora?
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Lyria no aguantaba más. El temor de que le hubiesen hecho
algo a su amigo de la infancia, la atormentaba. Además de que siempre había
odiado los espacios reducidos, la humedad allí era bastante y su cuerpo tendía
a enfermar con aquellas condiciones. De haber estado en el exterior, su estado
no peligraría en ningún sentido, porque sabía sobrevivir en su hábitat natural.
Ahí, definitivamente, no. Tembló, abrazándose un segundo así misma,
asegurándose de que el hombre que les vigilaba, no la viera. No permitía que
nadie la observase en ese estado tan débil, tenía que mantenerse fuerte ante
cualquier enemigo. Sería muy humillante.
Entonces, oyó un quejido ahogado, y luego, el sonido de un
cuerpo caer contra el suelo. Sus sentidos estuvieron alerta de inmediato,
levantándose. Miró hacia los barrotes, pero no quiso acercarse. ¿Qué había
pasado? Entonces, distinguió una silueta y una espada que la misma blandía.
Cerró los ojos cuando escuchó el sonido de algo cortarse. El estrépito del
hierro también cayendo contra el suelo. Le hizo abrirlos de nuevo,
impresionada.
Al alzar la mirada, sus ojos dorados vieron aquella arma. El
arma que caracterizaba a su dueña.
Un sable japonés.
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