sábado, 27 de septiembre de 2014

Capítulo 9.

Al día siguiente, justo después del amanecer, Aleksandr había dejado su hogar a manos de su querida esposa Élaine, de la que se despidió con un beso antes de darle la espalda y dirigirse de camino al castillo. Muchas dudas invadían su mente, puesto que las palabras de Eivor seguían acuchillando su corazón, creándole una incertidumbre que todavía no se disipaba. ¿Qué intenciones tenía el Emperador? ¿A qué debía de atenerse a partir de ahora? No quiso pensar más en ello por ahora, así que una vez se adentró en el castillo, tomó camino directo a las mazmorras.

Allí, las paredes eran oscuras, pestilentes y frías. Gotas de agua caían sin cesar por determinadas esquinas, y sus piedras permanecían cubiertas de un moho verdoso que a simple vista, daba náuseas. Unos gritos resonaban por todas las escaleras que estaba en ese preciso instante descendiendo,  creando un eco molesto. Frunció el ceño levemente, preguntándose de quien se trataba. Pero la respuesta la obtuvo de inmediato al encontrarse con Viscen, situado frente a los barrotes de uno de los calabozos.

En la izquierda, pudo ver perfectamente a La Muerte, que bajo las sombras, le dirigía una mirada serena, pero carente de emociones. Eso provocó que Aleksandr le evitase el contacto visual, puesto que al fin y al cabo la había traicionado, como desde un principio se había planeado con el Emperador. No tenía remordimientos, o eso creía, pero desde que la había conocido, su cortante frialdad no le gustaba en absoluto. Por otra parte, en la derecha, estaba la compañera del dragón, colgada en los alto de los barrotes, como un animal, a cuatro patas. Se le asemejó a un babuino en esa postura.

Era ella quien gritaba. Mordía los barrotes de hierro con fiereza, chillando a diestro y siniestro, haciendo que de vez en cuando, Viscen se llevara las manos a los oídos. El capitán se aproximó a él, observando a la chica.

Tiene buenos pulmones– comentó, viendo cómo ella al verle llegar, le gruñía. Su cabellera roja estaba desordenada, interponiéndose en sus mejillas. –¿Has tenido que vigilarla durante toda la noche?

Órdenes del Emperador. – bufó Viscen, chasqueando la lengua con desagrado. – La Muerte al menos ni se la escucha respirar. Pero ella es casi como un animal que odia estar enjaulado.

¡COBARDES! ¡MALDITOS! ¡EXIJO SABER DÓNDE TENÉIS A EIVOR! – se deslizó por el hierro, enfrentando el rostro de Aleksandr. Alzó la mano hacia él, como si quisiera arañarle. –¡Como le hagáis daño, os sacaré las tripas con mi propias manos!

El dragón está en el lugar que le corresponde. Agradece que el Emperador lo tiene aún con vida… o quién sabe. – Viscen soltó una carcajada. –Quizás ya haya muerto.

¡Sois lo más podrido de este mundo! ¡Los seres mágicos no os han hecho nada! ¡Vosotros empezasteis la guerra! ¿¡Qué esperabais, que no se defendieran!? Pero…–ahora la que reía, era ella. –….sois patéticos. Estáis resentidos porque ellos conquistaron vuestras tierras, y ahora como críos, sólo os dedicáis a matar a esas criaturas a diestro y siniestro. Vais a daros contra los dientes a la mínima. ¡El Emperador sólo está jugando con vosotros! ¡Solo sois sus piezas que maneja como le da la gana!

¡Cállate, asquerosa salvaje! – gritó Aleksandr, dando un golpe contra los barrotes, haciendo que estos rechinasen y temblaran. No iba a permitir esas palabras. No quería más dudas. –No sabes de lo que hablas. Los únicos que deben de ser erradicados, son ustedes. Acabaron con familias de cientos de soldados inocentes. ¿Acaso no conoces el ojo por ojo y diente por diente?

Dime, capitán de tres al cuarto. ¿Qué harías si te atacasen? ¿Te defenderías o dejarías que te matasen? – Lyria adoptó una sonrisa ladeada, la cual le hizo a Aleksandr vacilar. Ella se colocó mejor el cabello, acumulándolo en su hombro derecho. Mientras, se acercó más a los barrotes, y aprovechó su despiste para agarrar al hombre y acercarle. –¿No lucharías hasta el final? Yo que tú me pensaría la respuesta. No creo que hubieses permitido que matasen a esa esposa tan hermosa y dulce que tienes. Qué tragedia sería que le rebanasen el cuello, y todo porque otro Emperador lo quiso así. Ponte en nuestra situación. Ponte en la situación de los seres mágicos.

Y sin más, le soltó, rascándose el rostro mientras volvía al fondo de su calabozo. Viscen estuvo a punto de entrar allí mismo y matarla, pero el capitán se lo impidió. Negó con la cabeza, debían dejar las cosas como estaban. No dijo ninguna respuesta, con el silencio, se retiró de los calabozos, para buscar al Emperador. Sin embargo, en cuanto había adelantado un considerable tramo, escuchó más gritos. Pero estos, no tenían nada que ver con los de aquella desagradable muchacha. Eran gritos desgarradores. Contrariado y movido por la curiosidad, aceleró sus pasos, pero siempre intentando ser sigiloso y que nadie se percatase de su presencia.

Apegándose a la pared, notó que estaba cada vez más cerca. Con cautela, siguió hasta encontrarse  con una puerta. Para su desgracia, cerrada, pero se dio cuenta de un detalle importante. A lo alto de esta, se podía ver un hueco con rejas, así que podría echar un vistazo a través de él. Aunque, al hacerlo, la escena que se encontró fue de lo más abrumadora. Colgado de una soga en lo alto del techo, las puntas de sus pies rozando el suelo y sus manos siendo sostenidas, el joven híbrido gritaba a cada sonido de un látigo que se impactaba contra su espalda. Aleksandr pudo entrever que hilos de sangre se colaban por su cintura, apretando la mandíbula y cerrando los ojos con fuerza.

Su pelo oscuro ocultaba su expresión de sufrimiento, pero el hombre deducía sin necesidad de verlo, que aquello le infringía dolor, mucho dolor. Otro latigazo volvió a producirse. Esta vez no había gritado, en vez de eso, la voz del Emperador intervino, sorprendiéndole.

Déjalo, se ha desmayado.

¿Qué haremos con él, señor?

El híbrido no ha querido hablar. Otro en su sano juicio hubiese aceptado a desvelar lo que necesitamos saber, pero él ha preferido aguantar 60 latigazos. Pobre necio. – suspiró, parecía enfadado por esa razón. –Déjalo ahí, volveremos después para comprobar si recupera el conocimiento.

Cuando Vladek abandonó la estancia con su verdugo, se detuvo un momento antes de volver a sus aposentos.

¿Ocurre algo?

No. Simplemente me pareció ver algo. Volvamos.

Tras desaparecer la sombra de ambos hombres, Aleksandr salió de su escondite. Tuvo que agradecer a la columna que constituía una de las esquinas del pasillo, de no haber sido por eso, habría sido descubierto. No comprendía nada. ¿Desvelar el qué? ¿Qué sabía Eivor que el resto no? Reprimió un escalofrío. Sesenta latigazos. Un humano normal no hubiese soportado tanto. Volvió a acercarse a la puerta, observando al chico en el interior. No se movía, daba la impresión de ser un muñeco inerte, colgado de aquella manera tan apabullante.

¿Qué haría a partir de ahora?
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Lyria no aguantaba más. El temor de que le hubiesen hecho algo a su amigo de la infancia, la atormentaba. Además de que siempre había odiado los espacios reducidos, la humedad allí era bastante y su cuerpo tendía a enfermar con aquellas condiciones. De haber estado en el exterior, su estado no peligraría en ningún sentido, porque sabía sobrevivir en su hábitat natural. Ahí, definitivamente, no. Tembló, abrazándose un segundo así misma, asegurándose de que el hombre que les vigilaba, no la viera. No permitía que nadie la observase en ese estado tan débil, tenía que mantenerse fuerte ante cualquier enemigo. Sería muy humillante.

Entonces, oyó un quejido ahogado, y luego, el sonido de un cuerpo caer contra el suelo. Sus sentidos estuvieron alerta de inmediato, levantándose. Miró hacia los barrotes, pero no quiso acercarse. ¿Qué había pasado? Entonces, distinguió una silueta y una espada que la misma blandía. Cerró los ojos cuando escuchó el sonido de algo cortarse. El estrépito del hierro también cayendo contra el suelo. Le hizo abrirlos de nuevo, impresionada.

Al alzar la mirada, sus ojos dorados vieron aquella arma. El arma que caracterizaba a su dueña.


Un sable japonés.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Capítulo 8.

Todo estaba oscuro. Sólo se podía intuir las siluetas de los que se encontraban en aquella sala gracias a la luz del colgante de la Muerte. Todo olía a humo en aquel lugar y había tensión en el ambiente. El capitán y la chica sujetaban sus armas con fuerza esperando a cualquier movimiento de su enemigo para atacar.

-Debéis ser muy valientes para perseguir a un dragón.- Comentó el joven que se encontraba frente a ellos. -Ha sido muy estúpido por vuestra parte, sin duda...

-No me das miedo.- Dijo con confianza el capitán. -Eres simplemente una bestia inmunda que no merece vivir. Eres un maldito híbrido.- Aleksandr escupió al suelo con asco al decir esas últimas palabras. Mientras tanto, su compañera se encontraba en silencio. La prefería así, ya que ella tampoco le agradaba nada. Entonces el dragón rió de forma sarcástica.

-Eres una marioneta del Emperador. Eres su perrito faldero y harás todo lo que te ordene sólo para hacerle feliz. Me das pena.-

Aquellas palabras irritaron al capitán, que no dudó en lanzarse al ataque. Pero el joven pudo reaccionar a tiempo y escupir una llamarada hacia los dos, que pudieron esquivar con suerte. El capitán se protegía del fuego con su enorme espada, mientras que la Muerte aprovechaba su sorprendente agilidad. No debían olvidar que lo querían vivo, pero les resultaba difícil detenerlo sin matarlo. La sala era demasiado pequeña para que el joven pudiera transformarse en su totalidad, por lo que sólo mostraba sus alas negras. El capitán cargó contra él para placarlo, pero el joven pudo esquivarlo volando sobre él, aunque no vio venir el ataque de la Muerte, que había saltado hacia él para darle una patada en la cara haciendo que cayera de nuevo al suelo con la nariz sangrando.  Los movimientos de Aleksandr eran lentos pero peligrosos, a pesar de no estar usando el filo de su espada. Sólo podían ver gracias al fuego que escupía de vez en cuando el joven, pero cada vez que lo hacía, la chica no podía evitar sentirse aterrorizada y retroceder. Combatieron durante varios minutos, pero cuando el Eivor se vio en las últimas, decidió escapar del lugar.

-¡Tras él!- Gritó el capitán Aleksandr, mientras corría hacia donde se dirigía el dragón. Eivor se impulsaba con sus alas para avanzar más rápido, pero cuando estaba llegando a la salida de la cueva vio a su amiga. Estaba atada en la carreta que habían llevado los refuerzos del capitán. Esa distracción fue más que suficiente para que los soldados que esperaban a la salida del lugar pudieran echársele encima. Entonces el joven, lleno de ira, pudo transformarse por completo. Era gigantesco, ni todos los soldados que se encontraban en el lugar podrían rodearlo. Comenzó a echar bocanadas de fuego en todas direcciones mientras que se intentaba librar de algunas cadenas que le habían colocado los soldados. Por muchos golpes que le dieran con las espadas, nada podía romper sus duras escamas. Eivor consiguió capturar a un soldado con sus fauces y lo calcinó al instante, mientras que la Muerte corría por el lomo del dragón, golpeándolo inútilmente con su katana. No podían reducir al dragón y el bosque donde se encontraban empezaba a arder por todas partes. El capitán Aleksandr, mientras tanto, ayudaba a algunos soldados tirando de las cadenas de alrededor del cuello de Eivor para que éste no escapara. Sus alas estaban dañadas por los golpes de la Muerte, pero el resto de sus escamas estaban intactas. Eivor rugía con fuerza mientras escupía fuego hacia los soldados, lo que hizo que tuvieran que soltar las cadenas para escapar del fuego.

-¿Estás bien, Sasha?- Preguntó el capitán Viscen mientras esquivaba la larga cola del dragón y se lanzaba a por él, pero no pudo esquivar el otro golpe que le lanzó el dragón, que lo envió disparado contra un árbol. Mientras tanto, en medio de la escena, se encontraba la Muerte. Su cuerpo temblaba por el terror que le ocasionaban las llamas, pero debía actuar cuanto antes si es que quería terminar su trabajo o, más importante, sobrevivir a aquella contienda. Pero no tenía ningún plan, no podía hacer daño al dragón aunque quisiera. Inútiles. Pensó al ver a los soldados que corrían del fuego. En ese momento se acordó de algo que podría acabar con aquella batalla, pero si lo hacía, haría que todos se volvieran contra ella.

Se deslizó entre todos los soldados que se encontraban luchando, tropezando con el torpe Philip, que al verla huyó del pavor que le causó, ya que supo reconocerla. Había varios soldados completamente carbonizados en el suelo, pero eso no la detuvo. El dragón estaba muy cerca y comenzó a lanzar mordiscos hacia la joven mientras ella lograba esquivarlos ágilmente y contraatacaba con su sable, simplemente para desviar los ataques. Volvió a subir sobre el dragón y, colocándose en su cuello, sentada y agarrándose a las cadenas, se vio a salvo de sus ataques, por lo que cogió aire y comenzó a cantar.

¿Qué es ésto? Pensaba Eivor al escuchar esa canción. Era la primera vez que la oía y, sin embargo, le resultaba muy familiar y tranquilizadora. Su cuerpo comenzaba a flojear y los ojos se le cerraban del sueño. En ese momento dirigió su cansada mirada a su amiga, que se encontraba en el carro completamente inmovilizada. Lyria... 

-¿Pero qué...?- Dijo el confuso Aleksandr al ver lo que estaba ocurriendo. Se sentía más tranquilo al escuchar aquella hermosa canción. Todos los soldados habían dejado de luchar para escuchar aquella melodía. La joven tenía una dulce voz que muchos habrían considerado mágica. Ya sólo podía escucharse la voz de la Muerte y el fuego abrasando el bosque. El dragón estaba dormido y había vuelto a su forma original. -¿Qué hacéis ahí parados?- Preguntó el capitán Aleksandr al salir del ensimismamiento. -Atadlo antes de que despierte.- Entonces caminó hacia la joven, que había dejado de cantar, lentamente. -¿Qué ha sido eso?

 -Un viejo truco bajo la manga...- Comentó la Muerte. Ella también se sentía más relajada por aquella canción, que le enseñó su madre y que había pasado por su familia de generación en generación. Pero Sasha notó que ella había bajado la guardia y era el momento perfecto para actuar.

-Qué interesante...- Soltó una carcajada. El capitán comenzó a pensar que el Emperador tenía razón acerca de ella. Desde luego esa habilidad que acababa de mostrar no era normal, por lo que se sintió más satisfecho con su trabajo en ese instante. -Bueno, el Emperador estará encantado con los dos especímenes que le voy a llevar.

-¿Los dos especí...?- Pero la joven no pudo terminar aquella frase, ya que recibió un fuerte golpe en la nuca por parte del capitán, que la dejó inconsciente. Cuando la hubieron atado, llevaron a los tres rehenes a la carreta, comenzando el viaje de nuevo hasta la capital.

Cuando hubieron llevado, el capitán entregó a la amiga del dragón al soldado Philip. -Llévala al calabozo, por traidora.- A continuación continuó con la carreta en la que transportaba a sus presas aún dormidas hasta el Emperador.

-Ah, Aleksandr, ya has llegado... Veo que ha sido más difícil de lo que parecía...- A las heridas del capitán Aleksandr causadas por los gigantes, se le habían sumado quemaduras del dragón.

-Gajes del oficio.- Bromeó Sasha con una risotada. -Pero emperador Vladek... ¿Por qué tenía interés en atraparlos, si es que puedo preguntar?

-Eso es algo que es sólo de mi incumbencia, capitán.- Dijo el Emperador con tono cortante. Su mirada se había vuelto fría y seria, algo de lo que no estaba acostumbrado la mano derecha del gobernador. -Ya puede retirarse. Tengo mucho que hacer ahora.

Aleksandr se encontraba extrañamente vacío después de aquellas palabras del Emperador. Éste siempre había confiado en él, y su reacción había sido muy extraña. Además, las palabras de Eivor le habían hecho más daño del que jamás se atrevería a admitir. Quizá sólo esté cansado. Pensó el capitán. Debería irme a casa con mi querida Élaine y dormir... Mañana será otro día. Cuando hubo salido a los jardines del palacio, se encontró con los agotados soldados, a los que también dio el día libre. Se despidió finalmente de su amigo Viscen, que no estaba gravemente herido, y comenzó a caminar hacia su hogar mientras la luz anaranjada del anochecer llenaba las calles de la gran ciudad.

viernes, 12 de septiembre de 2014

Capítulo 7.

Ella quedó perdida entre el bullicio de gente yendo y viniendo, entre los gritos de los que habían quedado bajo los escombros, entre el polvo que todavía permanecía en el aire de la plaza. Aspiró los restos del humo negro que emitía la madera quemada y volvían a su cabeza aquellos recuerdos pesados de los que ya sólo quedaban retazos. Se sintió asfixiada y se tapó la boca y la nariz con una mano y se echó hacia atrás torpemente. Se alejó mientras la gente corría de un lado a otro con baldes de agua hasta que lograron sofocar el fuego, que por suerte no se propagó. En cuanto todo volvió más o menos a la normalidad volvió su nuevo compañero de aventura, el tal Aleksandr, seguido de la guardia real que, para colmo, a lo que venía era a aumentar el bullicio y provocar peleas. Ella suspiró con pesar.
-A buenas horas aparecéis. Cómo se nota que la guardia es tan inútil como el mismísimo ejército. 
Se encogió de hombros, esperando una respuesta de su nuevo aliado, o lo que fuese que era. El capitán, que ya no portaba sus ropas características y, a su parecer, había perdido aquella triste pizca de gallardía que parecía transmitir con aquella armadura enorme, se dirigió hacia la población preguntándoles qué es lo que había ocurrido. Ella lo sabía, pero seguía sin confiar en aquel hombre de lealtad ciega y prefirió silenciar sus palabras. Miró a sus alrededores, pero no logró distinguir ni al chico salvaje al que perseguía ni a su forma majestuosa. 
-¡¿Qué están diciendo?! ¿Se creen que somos estúpidos o qué? 
Ella se acercó al bullicio de uno de los guardias. Otro más que parecía vivir acomodadamente. Era rechoncho y llevaba un bigote bien definido, un bigote que sólo uno de esos asquerosos nobles podridos en dinero llevarían. 
-¿Qué ocurre? 
Preguntó, olvidando su condición de paria y su agüero. 
-Esta gente dice que esto ha sido obra de un dra...
El hombre enmudeció y se fue de espaldas, tropezando con uno de los escombros de la calle. El capitán le ayudó a levantarse, que incluso con su peso de ballena logró hacerlo sin esfuerzo. 
-No se preocupe. Es una valiosa aliada del Emperador ahora. Ella es...
-Muerte.
-¿Eh?
El hombre rechoncho abrió los ojos.
-Puedes llamarme así. Y sí, podría decirse que ahora estoy bajo órdenes de su tan admirado emperador, para mi desgracia - La joven echó a andar despreocupadamente esquivando los escombros y a las personas, que gracias al alboroto no se fijaban en su presencia - Eh, tú ¿Planeas quedarte esperando a que nuestra presa venga a nosotros? 
-Tranquilízate, tengo un plan...
-A la mierda el plan. Yo no sigo planes. Yo voy a mi deriva. Si quieres cooperar conmigo entonces limítate a seguirme, sino márchate. 
El hombre entornó los ojos. Debía mantenerse firme y aguantarse las ganas de clavarle la enorme espada en cuanto le diese la espalda. Por primera vez su plan no parecía ir como quería, y a él le gustaba tenerlo todo calculado fríamente. Por suerte, tenía un plan alternativo ya que sabía perfectamente contra quién se estaba enfrentando. Hizo una señal a los hombres que estaban no muy lejos de él vestidos de campechanos, y estos se dispersaron por la ciudad con gran rapidez. Él la siguió. Ella era ágil, como una sombra deslizándose entre la gente, sin llegar a rozarla, y comparado él era mucho más tosco, más torpe... Pero apostaba cualquier cosa a que ella, con unos bracitos tan delgaduchos, no podría en un combate cuerpo a cuerpo con él. En eso llevaba ventaja, y era un alivio. Por fin salieron del centro de la ciudad. Él estaba acostumbrado a las caminatas, pero a esa velocidad le resultó fatigante y se detuvo a descansar. 
La joven le esperó en un claro de la ciudad. Estaban ya casi en el otro extremo, la salida sur.
-¿Sabes exactamente hacia dónde vas, mujer?
Ella asintió. Se había puesto en la piel de su presa, como solía hacer, y simplemente se dejaba llevar. Lo sabía, sabía qué tipo de ser era, y sabía que con sus alas podía volar kilómetros incluso, pero algo dentro de su instinto de cazadora le decía que no se encontraba muy lejos de allí. Estaba tan sepultada en sus pensamientos y en encontrar a su objetivo lo más pronto posible que no se había percatado del pequeño ejército de campesinos que la perseguía desde no muy lejos. El capitán, pese a que sus señales no es que pasasen desapercibidas, estaba teniendo demasiada suerte. Anduvieron durante lo que para él parecieron siglos. Se paraba a menudo a descansar con falsa fatiga, esperando que el carro de mercaderes que los seguía se acercase lo suficiente como para no perderles de vista.
Ella sintió una punzada. Olfateó como si de un animal se tratase y emprendió la marcha hacia unas rocas de aspecto sospechoso. 
Aleksandr no supo qué hacer. Se habían desviado demasiado del camino principal, y si el carro les seguía hasta aquel lugar sería demasiado sospechoso. La joven le miraba. ¿Estaba demasiado inquieto? 
-Ayúdame a mover esta roca. 
-¿Para qué? Es una simple roca. Deberíamos volver al camino principal. 
- Esa... cosa no sigue caminos principales. ¿Vas a ayudarme?
Él ayudó a empujar a la joven aquella pesada roca que hasta a él le costó. Desgraciadamente, el carro de mercaderes ya estaba demasiado cerca como para pasar desapercibido por la joven.
-Ese carro nos lleva persiguiendo buen tiempo... ¿Qué es lo que tramas? 
-¿De qué hablas? 
-¡Dije que no necesitaba refuerzos! Ve y envíales un mensaje: Si se acercan a mí, no me hago responsable.
Él asintió. Caminó lo más despacio posible. Su plan estaba a punto de quebrarse, y raro le pareció que ella no se oliese lo que estaba sucediendo cuando de repente una flecha de fuego se clavó en el carruaje y todos los guerreros salieron espantados entre gritos. 
La joven alzó la mirada y vio a una joven arquera subida en una de las rocas que se habían desprendido de la montaña. No era aliada, era claramente enemiga. Había atacado sus refuerzos, que aunque innecesarios, eran aliados. La Muerte saltaba sobre las piedras como si de una pluma elevada por el aire se tratase, y desenfundando su recién adquirida katana rebanó la piedra en dos, manteniendo el filo intacto. La otra chica había saltado en el momento exacto como para posarse encima del filo de la espada y se impulsó saltando hacia la entrada de la cueva. Lanzó una flecha de fuego que incendió los hierbajos secos de la entrada y Aleksandr de tan sólo un corte horizontal logró dispersar el aire con el viento que había emitido la pesada espada. Para entonces la chica ya había entrado en la cueva.
-¡Adelante! ¡Recordad lo aprendido en nuestras expediciones! 
Dio la orden de que todos entrasen en la cueva y él se quedó esperando a que la Oriental entrase en su trampa mortal. 
Allí acabaría el juego para ambos. Los mágicos no tenían lugar en este mundo.
Siguieron la persecución adentrándose en la cueva, pero habían tantos caminos distintos que pareció perderse de todo el mundo menos de la joven que iba frente a él. Cuando la luz desapareció por completo, ella guardó el sable en la funda y se desprendió el colgante que llevaba bajo la ropa. Lo puso en su mano y este se iluminó. Aleksandr lanzó una mueca de desagrado que no pudo ser percibida por nadie en aquella oscuridad.
-¿Por qué tienes tal cosa?
-Me lo dio una de mis presas antes de morir.
Él no lo entendió. ¿Por qué iba alguien a regalarle algo a su asesino?
-¿Por qué razón?
-¿Acaso te resulta un tema de suma importancia?
-No es tanto eso... Me refiero. Los mágicos nos odian...
-Ellos no nos odian. Nosotros somos los que creemos que siguen resentidos. Pero en realidad lo único que anhelan es vivir en paz.
Aleksandr bufó. ¿Cómo iba a creer en eso habiendo vivido todo lo que había vivido? La crueldad de la guerra obviamente no vivida por ella la hizo ver como una verdadera ignorante.
-Odio a esos seres. Sin ellos...
-Odio a los humanos.
Ambos se detuvieron en la entrada de una gran sala circular en la que habían extraños grabados en la piedra. El capitán notó dos presencias, y las dos estaban mirándole a él. La joven tenía el sable fuera de su funda, y no muy lejos de allí un chico de ojos fulgurosos le miraba con una sonrisa divertida. ¿Habían descubierto su plan? ¿O simplemente así habían acabado las cosas?


Capítulo 6.

La sorna en sus palabras había causado la confusión en su cazador. Era consciente de quién se trataba. Actuaba solo, un alma libre que disponía de unos pocos camaradas que allí permanecían presentes, pero no estaba aliado con el Emperador de aquella capital, que por supuesto, también lo quería muerto y bajo tierra. El enemigo despertó de su estupefacción, parpadeando y soltando una carcajada mientras apuntaba su cuello con una lanza cuyas chispas podrían detener los latidos de su corazón. Alto voltaje.

Las palabras se las lleva el viento, asquerosa criatura, fardar cuesta muy caro hoy en día. Mueres por la boca. Además, jamás debiste haber existido, en primer lugar. Ten suerte que tu tortura será rápida e inmediata, seré clemente.

¿Debería sentirme agradecido? – el sarcasmo fue evidente en su voz.

¡Oye Keith, termina con esto de una vez! – las quejas del resto de sus compinches molestaban a Eivor.

¡Fríelo y de paso nos haremos unos abrigos con sus escamas! – añadía otro, seguido de risas, sonoras y horrendas.

¿Los escuchas, Eivor? – Keith se relamió los labios, mostrando una sonrisa cínica, aunque más bien rozaba lo psicótico. –No voy a hacerles esperar más.

Sin embargo, antes de que pudiese clavar su lanza sobre el muchacho, una sombra se interpuso entre ellos. El resto de sus hombres reprimieron una exclamación de sorpresa, mientras que el joven dragón mantuvo sus ojos atentos, los cuales pese a poseer un color humano, su pupila era apenas una rendija. Aquella silueta oscura se desenvolvía con extrema agilidad, distrayendo a sus contrincantes quienes, pese a estar armados, no conseguían mantenerla quieta. Al cabo de unos segundos, la red que impedía su transformación, estaba hecha añicos.

Volvía a ser libre. Enseguida su cuerpo se levantó por sí solo, y reuniendo todo el aire que recogió sus pulmones, se impulsó hacia delante y a través de su garganta pudo sentir cómo el  calor del fuego bullía desde lo más profundo de su ser, lo que más le caracterizaba como así le dictaba su naturaleza. Keith y su séquito esquivaron el ataque, pero ello les obligó a mantener distancias alejadas y que las personas alrededor huyeran y armaran un escándalo, gritando. Esta vez, no se convirtió con el 100% de sus capacidad, sino que sólo dejó que sus alas nacieran de su espalda, alzando el vuelo, como había hecho momentos anteriores. Mientras abandonaba el suelo, planeaba por los tejados de la ciudad. No le extrañó que, la silueta que había distraído a sus enemigos, apareciera a su lado, saltando los tejados sin ningún tipo de dificultad.

Una mirada dorada conectó con la suya, una que también conocía, al igual que Keith. La única diferencia, residía en que esta, era completamente diferente. No era enemiga. Era aliada, siempre lo había sido, aunque su destino fuese huir en soledad, ella aparecía en esas situaciones de peligro. Su cabellera roja parecía una llama incandescente, moviéndose constantemente, puesto que sus mechones estaban sueltos. En su rostro llevaba unas pinturas del mismo color, justo por debajo de sus ojos, sobre la piel pálida. Su apariencia en sí, era extravagante. Portaba un arco tras su espalda.

¿Justo a tiempo, eh? – su voz cantarina era mejor que las carcajadas de los amigos de Keith.

¿Qué haces lejos del bosque, Lyria? – suspiró, odiaba que tomase decisiones por su cuenta, y más aún si no había pedido su ayuda. – Si la Guardia del Emperador te encuentra, te acusarán de traidora a tu raza.

Vaya, mira cómo tiemblo…– fingió cómo sus manos colapsaban en nerviosismo, para después sonreír ampliamente, creándosele unos hoyuelos en el rostro. – Son ellos los equivocados, Eivor. La tozudez humana no es algo de lo que quiera formar parte. Me siento orgullosa de haberlos abandonado desde que me di cuenta de lo que sucedía.

Aún me sorprende que seas humana, porque actúas más acorde a un feroz animal.

¿Viste cómo abrieron la boca como idiotas?

Sin embargo, no podían seguir la conversación. Una lluvia de flechas se cernían sobre ellos, además de desconocidos artefactos que expulsaban diferentes ataques que los hacían vulnerables, como rayos u otro tipo de armas cuyo filo era muy peligroso si lograba alcanzarte a larga distancia. Por suerte, Lyria poseía habilidades y conocimientos suficientes, así como reaccionar a cualquier ataque gracias a sus reflejos e instintos. Pero, cuando los tejados terminaron, la joven tuvo que caer al suelo. Eivor se fijó que habían llegado a la plaza, que precisamente no estaba abandonada.

Entonces, la vio. Una joven que esperaba, paciente. Pero ante tal caos que acababa de formarse, echó un vistazo hacia el cielo, encontrándose con la mirada de Eivor. Ahí, lo supo sin necesidad de preguntarse quién era esa chica. Desconocía su nombre, era la primera vez que la veía. Era su aura. El aura que no poseía un ser humano común. Eivor no negó que aquello era inesperado.

Por otra parte, Lyria se concentraba en correr. No podía ponerse perezosa en una situación tan crucial, porque de ser así, los cazadores le darían alcance. Un choque fortuito provocó que se desorientase por un segundo. Emitió un quejido, lanzando una maldición mientras se sobaba la zona de la frente, cerrando uno de sus ojos.

¡Maldita sea! ¿Quién…?

¡A-alto ahí!

Pero al estabilizarse, descubrió que frente a ella, sólo estaba un simple soldado. Este daba una apariencia de inseguridad, pero ya estaba echando mano de su arma.

¡Soldado, reaccione! ¡Deténgala!

No le dio tiempo. Un gran cuerpo apareció bajo ella, elevándola por encima de la plaza y de los gritos del que creyó intuir nada más verle, un capitán. Sonriendo con cierto alivio, acarició las escamas negras que ascendían cada vez más.

Gracias Eivor.

Eres una chiquilla estúpida.


Lyria supo que era la conexión mental, debido a que Eivor le era imposible hablar en su forma original. Se limitó a guardar silencio, dejando que el viento acariciase su rostro.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Capítulo 5.

Había comenzado una gran batalla entre gigantes y humanos. El grito del soldado que habían lanzado por los aires despertó al resto de criaturas, lo que hizo que se enfurecieran y comenzaran a atacar. En la cueva sólo podía oírse golpes de espadas, gritos y gruñidos de los gigantes. Usaban porras para golpear a los pequeños soldados, o incluso sus propias manos. Todo era caos. El capitán Aleksandr había quedado unos segundos observando lo que ocurría, pero fue el primero en reaccionar. Corrió hacia el centro de la sala, esquivando a los que se ponían por su camino, hasta llegar al líder de las criaturas

-¡Matad sólo a los necesarios! ¡Recordad que los necesitamos vivos!- Gritó a sus tropas. -¡Usad las redes y las cadenas!

En ese momento los soldados corrieron a obedecer las órdenes, mientras que el capitán luchaba contra el más grande. Detenía los golpes de éste con el escudo, a los que respondía con su espada. Sólo había una forma de acabar con aquel combate. Cuando el gigante golpeó una vez más, el capitán se agarró a su brazo y, al levantarlo la confusa criatura, Aleksandr cayó sobre los hombros de éste. Entonces vio su oportunidad. Levantó su enorme espada y le cortó la cabeza al gigante. El ruido que hizo al caer al suelo enmudeció a todos los combatientes mientras el capitán agarraba la cabeza por el pelo y la enseñaba a los demás. Los gigantes que quedaban vivos se arrodillaron instantáneamente, mientras los soldados se recuperaban de los golpes. No había habido ninguna baja, pero sí que había varios heridos. Había varios gigantes encadenados, pero la mayoría habían muerto en la batalla, así que comenzaron el viaje de vuelta a la capital humana.

A la mañana siguiente, los derrotados soldados entraron por las grandes puertas de la ciudad. Todo el mundo los miraba, pero ellos no se encontraban con fuerzas para fardar de su victoria.

-¡Sasha!- Se escuchó gritar a una mujer, que corría directa hacia el capitán Aleksandr. Tenía el pelo negro, largo y rizado. Por su constitución era delgada, pero su vientre estaba abultado debido al embarazo. La mujer de ojos marrones abrazó al capitán, que se mostró algo avergonzado y molesto por el ridículo que estaba pasando.

-Élaine, deberías quedarte en casa. Luego iré yo...- Comenzó a decir el capitán, pero la mujer lo interrumpió, entre las risillas de los soldados.

-¡Estás herido, cariño! Oh, Sasha... ¡Me dijiste que no era peligroso!- La mujer estaba histérica y no paraba de golpear la armadura del capitán.

-Élaine, luego hablamos, por favor. Tengo que ir ante el Emperador, no tengo tiempo ahora para ésto... Estoy bien, de verdad.- La mujer ya se había calmado, por lo que le dedicó una última mirada a su marido y se encaminó a su hogar.

Cuando llegaron al castillo del Emperador, el capitán entregó los gigantes otro capitán, Viscen, un viejo amigo suyo. Llevaba una armadura igual que Aleksandr, ya que era lo que identificaba a los de ese rango. Era más delgado y rubio, con los ojos azules. Tenía una barba y bigote que le tapaba media cara, junto a sus patillas.

-Bien, nos servirán como mano de obra.- Comentó al ver a los gigantes. -Y también para las batallas. Son tan tontos que no les importará luchar para nosotros, a pesar de que la guerra es contra los "fantásticos".- Esa última palabra la dijo con sarcasmo. -Esa maldita escoria... Oye, Sasha, el Emperador quiere verte.

El capitán Aleksandr rió con las palabras de su amigo Viscen. -Está bien, vigila a mis tropas mientras tanto. En especial a ese individuo.- Aleksandr señaló entonces al soldado esmirriado de antes. Cuando se hubo despedido de su compañero, fue ante el Emperador, que lo recibió con amabilidad.

-Oh, capitán Aleksandr, te estaba esperando...- Decía con calma mientras se acercaba al arrodillado capitán. -Supongo que habrás oído hablar de La Muerte... Muchas historias cuentan sobre ella. Muchas catástrofes han ocurrido por su culpa. Debido a ello, muchas personas llegan a pensar que ni siquiera es humana, que es una criatura del mismo Diablo... Sandeces, en mi opinión, pero sí que pienso que podría ser una de esas repugnantes criaturas fantásticas... Pienso encargarte una misión con ella, capitán, pero no te confíes...- El Emperador se aclaró la garganta antes de continuar. -No será tu aliada. Quiero que en el momento que veas oportuno, te hagas con ella. Pero la quiero viva...

El capitán quedó en silencio unos instantes, pensando en lo que le acababa de decir. Él no creía ninguna de las historias que contaban acerca de aquella chica. No le tenía ningún miedo y consideraba necio a todo el que pensara lo contrario que él, pero respetaba al Emperador. -A sus órdenes...- Dijo el capitán mientras hacía una reverencia. En ese mismo momento llegó la joven al lugar donde se encontraban ellos.

Durante la reunión, sus pensamientos acerca de aquella chica no habían cambiado. Se sintió humillado por ella y pensaba echarle el guante en cuanto tuviera oportunidad. Su falta de respeto le pareció increíble, pero intentó mostrarse amable y educado para no levantar sospechas, a pesar de que su comportamiento realmente le había irritado. Además, le parecía un fastidio tener que irse de misión con ella, teniendo en cuenta que no había tenido tiempo ni de descansar. Lo único que quería era volver a casa con su esposa, que lo estaba esperando impacientemente. Pero el Emperador confiaba en él, y no podía arriesgarse a dejar de ser su favorito, después de todo, competía con su compañero y amigo Viscen. Entre ellos siempre hubo esa rivalidad, pero confiaban el uno en el otro.

Cuando terminó la reunión, el capitán Aleksandr salió a los jardines del castillo, donde se encontraban sus tropas junto al capitán Viscen. -Atención.- Cuando dijo eso, todos los soldados se colocaron firmes, en fila. -Me han encargado una misión importante, por lo que estaré ausente. Me sustituirá el capitán Viscen aquí presente. Obedeced todas sus órdenes. Y tú.- Señaló al ya conocido soldado, que se puso más recto debido a los nervios. -Tu nombre, dímelo.

-Ph... Philip, señor.- Dijo el esmirriado con voz temblorosa.

-Bien, Philip... A partir de ahora te tendré bien vigilado. Como vuelvas a meter la pata...- Pero su amenaza se vio interrumpida al escucharse una gran explosión que venía de la plaza. ¿Qué estaba pasando?


lunes, 8 de septiembre de 2014

Capítulo 4.

Ninguno de ambos volteó siquiera a mirarla. Abrieron el portón y lo cerraron con rapidez tras que ella hubiese entrado. Oyó susurros, y ya estaba acostumbrada a dichos, así que siguió de largo por un enorme pasillo con una alfombra de color rojo adornada con lo que parecían ser hilos de oro. El mundo pudríendose lentamente en la hambruna y este señor llamado Emperador era tan ajeno a la situación o bien tan desgraciado como para osar tener tal cantidad de fortuna, qué repugnante le parecía. Otros dos guardias la miraban con el rabillo del ojo mientras abrían la enorme puerta de cobre que daba paso al lugar en el que la aguardaba con ansia el Emperador. 
Cerraron la puerta y varios de los guardias que estaban presentes en la sala se despidieron con una reverencia y se marcharon tras un leve movimiento de cabeza de dicha persona que resultaba de todo menos imponente. Era un hombre ya mayor, regordete y canoso que rondaría los cincuenta años. Todo en él resultaba excesivamente estrafalario: llevaba una capa que, quizás por su altura, se arrastraba en el suelo, llena de adornos de diferentes colores y tela. También portaba un estoque, que ella apostaba que ni siquiera sabía utilizar, eso junto con aquella enorme corona llena de joyas del tamaño de puños y esa ropa de color dorado que apostaba también estaba hecha de algún material preciado le hacían en conjunto un hombre ostentoso y desagradable. Era una de las pocas personas que podía permitirse mirarla directamente a los ojos sin titubear, y en parte esto la desconcertó un poco. 
A su lado había un hombre tosco de ojos verdes con una enorme armadura rojiza que también parecía de lo más estrafalaria. Este también la miraba, pero con un aire de desconfianza. 
-Me alegro de que haya llegado a salvo de su viaje, señorita...

¿Estaba preguntándole su nombre? Porque ni ella lograba recordarlo ya. Asintió, haciendo caso omiso a dicha pregunta.
-Sí, ha sido un viaje largo y duro, pero he llegado bien y un poco antes de lo previsto. 
-Entonces supongo que ya no hará falta que le enseñe lo viva que está esta ciudad.
-Sí, está rebosante de vida... y de muerte. 

El hombre tosco se aclaró la garganta y la miró con cara de pocos amigos. Ella no se inmutó.

-Ah, sí, le presento al Capitán Aleksandr. Es mi hombre de confianza y un gran guerrero, como podrá ver. 
El hombre hizo otra reverencia y volvió a colocarse muy erguido, como si fuese una estatua. Sujetaba una enorme espada entre las manos, que tenía pinta de pesar bastante y ahora que se había fijado en él con más detenimiento, parecía algo magullado.
-Ya veo que sus expediciones no es que tengan mucho éxito. 
Dijo ella, descortés. 
El hombre no se movió del lugar, y el Emperador soltó una risa que ella suponía era de nerviosismo ante haber dado en el clavo.
-Bueno... Es difícil que tengan éxito, ya que nos enfrentamos a cosas inhumanas. 
Ella asintió.
-Sí, cosas inhumanas que sin embargo son más humanas que ustedes. 
El hombre esta vez se movió amenazante, pero el Emperador le detuvo antes de que pudiese hacer cualquier acción.
-¿Y bien? ¿A qué se debe esta cita? 
El Emperador asintió repetidas veces y se sentó, sudoroso. Al parecer sus pequeñas patitas no podían soportar mucho tiempo con su enorme barriga. 
-Necesito que robes cierta información... 
-¿Tengo que repetir que me dedico solamente a asesinatos? No pienso ayudarle a usted ni a sus expediciones, ni a su imperio, ni a la humanidad...- Dijo, alzando la voz peligrosamente y cansada de las continuas llamadas para recolectar información sobre el bando enemigo y demás- Yo soy La Muerte. Simplemente decido quién vive y quién muere, no me dedico a otra cosa, soy algo que llega naturalmente y, como veo, algo innecesario. Este imperio...
-¡Suficiente! 
El hombre robusto alzó la voz por encima de ella y varios guardias se asomaron por las puertas laterales alterados. 
El Emperador, que parecía tremendamente irritado ante la falta de modales de su invitada, le restó importancia con un gesto de su mano y el ambiente se notaba tenso, pese a que los guardias se habían marchado y el hombre robusto parecía haberse controlado a si mismo.
-No sé si me he explicado bien... Es que tampoco es que tengas otra opción. Soy el Emperador ¿Lo olvidas? YO soy quien decide quién vive y quién muere. Y puedo decidir tu muerte si te niegas.
-Adelante. Si me ha llamado a mí es porque ningún otro soldado de juguete suyo puede hacerlo. Me necesita viva ¿No es así? Es un poco deshonroso tener que contratar a una asesina delante de su mejor hombre. 
Las palabras afiladas parecieron clavarse entre los huecos de la armadura del hombre.
-Está bien, entonces te pediré que asesines. 
El hombre de armadura se movió pesadamente y sacó de su cinturón un papel arrugado y amarillento. Era un papel donde estaba dibujado un chico que probablemente tendría unos pocos años menos que ella, de pelo oscuro y lacio y ojos amenazantes que centelleaban, aunque se tratase de un dibujo. 
-Este es tu objetivo. No sabemos su nombre, por desgracia. Solamente sabemos que no es humano, pese a su apariencia. 
Ella asintió y se guardó el papel en uno de los bolsillos de su pantalón corto verdoso. 
-Bueno, con su permiso me despido ya. 
-¡Espere! Aleksandr irá con usted. Él ha recibido órdenes ya de nuestro estratega, y sabemos como encontrarle. Le será de ayuda...
-Alguien con algo tan estrafalario puesto y con tantas magulladuras no parece la persona más indicada para caminar junto a una asesina sigilosa. 
-Si es por sus ropajes, no se preocupe, se pondrá algo más corriente. En cuanto a sus habilidades, estoy seguro de que estará más que a la altura de usted, damisela. Aguarde en la plaza central, en unos momentos Aleksandr irá para allá en su búsqueda. 
Ella asintió. Era un fastidio tener que trabajar en equipo con alguien que tenía pinta de ser extremadamente lento, pero lo hizo como un acto de cortesía ante su comportamiento descarado. 
Aguardó en la plaza rodeada de gente que iba y venía con frutas, verduras y otros alimentos. Entonces recordó que era humana y que probablemente llevaría un día sin comer. Se apresuró a acercarse a uno de los puestos que vendían manzanas rojas y exquisitas cuando una explosión y una serie de escombros volaron por toda la zona. Se puso a cubierto antes de que ninguno de ellos pudiese darle y con una agilidad sorprendente subió al tejado de paja del puesto y corrió entre tejados hasta llegar al lugar de la explosión. Ante sus ojos vio a aquel joven de ojos llameantes convertirse en una bestia alada de un tamaño increíble. Se quedó oculta en el tejado mirando con expectación a su presa, mientras este era capturado bajo una red y volvía a ser humano. Hablaba con un hombre que, por el polvo de la explosión, sólo logró ver su silueta. No supo si continuar persiguiendo el destino de su presa o aguardar en la plaza al hombre con el que debía cumplir dicha misión. 
Dudó, pero como había dado su palabra y no quería faltar a dicha, dio media vuelta y volando por aquellos tejados volvió al lugar de espera y aguardó pacientemente.