La sorna en sus palabras había causado la confusión
en su cazador. Era consciente de quién se trataba. Actuaba solo, un alma libre
que disponía de unos pocos camaradas que allí permanecían presentes, pero no
estaba aliado con el Emperador de aquella capital, que por supuesto, también lo
quería muerto y bajo tierra. El enemigo despertó de su estupefacción,
parpadeando y soltando una carcajada mientras apuntaba su cuello con una lanza
cuyas chispas podrían detener los latidos de su corazón. Alto voltaje.
–Las palabras
se las lleva el viento, asquerosa criatura, fardar cuesta muy caro hoy en día.
Mueres por la boca. Además, jamás debiste haber existido, en primer lugar. Ten
suerte que tu tortura será rápida e inmediata, seré clemente.
–¿Debería
sentirme agradecido? – el sarcasmo fue evidente en su voz.
–¡Oye Keith,
termina con esto de una vez! – las quejas del resto de sus compinches
molestaban a Eivor.
–¡Fríelo y de paso
nos haremos unos abrigos con sus escamas! – añadía otro, seguido de
risas, sonoras y horrendas.
–¿Los
escuchas, Eivor? – Keith se relamió los labios, mostrando una sonrisa
cínica, aunque más bien rozaba lo psicótico. –No voy a hacerles esperar
más.
Sin embargo, antes de
que pudiese clavar su lanza sobre el muchacho, una sombra se interpuso entre
ellos. El resto de sus hombres reprimieron una exclamación de sorpresa, mientras
que el joven dragón mantuvo sus ojos atentos, los cuales pese a poseer un color
humano, su pupila era apenas una rendija. Aquella silueta oscura se desenvolvía
con extrema agilidad, distrayendo a sus contrincantes quienes, pese a estar
armados, no conseguían mantenerla quieta. Al cabo de unos segundos, la red que
impedía su transformación, estaba hecha añicos.
Volvía a ser libre.
Enseguida su cuerpo se levantó por sí solo, y reuniendo todo el aire que
recogió sus pulmones, se impulsó hacia delante y a través de su garganta pudo
sentir cómo el calor del fuego bullía
desde lo más profundo de su ser, lo que más le caracterizaba como así le
dictaba su naturaleza. Keith y su séquito esquivaron el ataque, pero ello les
obligó a mantener distancias alejadas y que las personas alrededor huyeran y
armaran un escándalo, gritando. Esta vez, no se convirtió con el 100% de sus
capacidad, sino que sólo dejó que sus alas nacieran de su espalda, alzando el
vuelo, como había hecho momentos anteriores. Mientras abandonaba el suelo,
planeaba por los tejados de la ciudad. No le extrañó que, la silueta que había
distraído a sus enemigos, apareciera a su lado, saltando los tejados sin ningún
tipo de dificultad.
Una mirada dorada
conectó con la suya, una que también conocía, al igual que Keith. La única
diferencia, residía en que esta, era completamente diferente. No era enemiga.
Era aliada, siempre lo había sido, aunque su destino fuese huir en soledad,
ella aparecía en esas situaciones de peligro. Su cabellera roja parecía una
llama incandescente, moviéndose constantemente, puesto que sus mechones estaban
sueltos. En su rostro llevaba unas pinturas del mismo color, justo por debajo
de sus ojos, sobre la piel pálida. Su apariencia en sí, era extravagante.
Portaba un arco tras su espalda.
–¿Justo a
tiempo, eh? – su voz cantarina era mejor que las carcajadas de los
amigos de Keith.
–¿Qué haces
lejos del bosque, Lyria? – suspiró, odiaba que tomase decisiones por su
cuenta, y más aún si no había pedido su ayuda. – Si la Guardia del
Emperador te encuentra, te acusarán de traidora a tu raza.
–Vaya, mira
cómo tiemblo…– fingió cómo sus manos colapsaban en nerviosismo, para
después sonreír ampliamente, creándosele unos hoyuelos en el rostro. –
Son ellos los equivocados, Eivor. La tozudez humana no es algo de lo que quiera
formar parte. Me siento orgullosa de haberlos abandonado desde que me di cuenta
de lo que sucedía.
–Aún me
sorprende que seas humana, porque actúas más acorde a un feroz animal.
–¿Viste cómo
abrieron la boca como idiotas?
Sin embargo, no podían
seguir la conversación. Una lluvia de flechas se cernían sobre ellos, además de
desconocidos artefactos que expulsaban diferentes ataques que los hacían vulnerables,
como rayos u otro tipo de armas cuyo filo era muy peligroso si lograba
alcanzarte a larga distancia. Por suerte, Lyria poseía habilidades y conocimientos
suficientes, así como reaccionar a cualquier ataque gracias a sus reflejos e
instintos. Pero, cuando los tejados terminaron, la joven tuvo que caer al
suelo. Eivor se fijó que habían llegado a la plaza, que precisamente no estaba
abandonada.
Entonces, la vio. Una
joven que esperaba, paciente. Pero ante tal caos que acababa de formarse, echó
un vistazo hacia el cielo, encontrándose con la mirada de Eivor. Ahí, lo supo
sin necesidad de preguntarse quién era esa chica. Desconocía su nombre, era la
primera vez que la veía. Era su aura. El aura que no poseía un ser humano
común. Eivor no negó que aquello era inesperado.
Por otra parte, Lyria
se concentraba en correr. No podía ponerse perezosa en una situación tan crucial,
porque de ser así, los cazadores le darían alcance. Un choque fortuito provocó
que se desorientase por un segundo. Emitió un quejido, lanzando una maldición
mientras se sobaba la zona de la frente, cerrando uno de sus ojos.
–¡Maldita sea!
¿Quién…?
–¡A-alto ahí!
Pero al
estabilizarse, descubrió que frente a ella, sólo estaba un simple soldado. Este
daba una apariencia de inseguridad, pero ya estaba echando mano de su arma.
–¡Soldado,
reaccione! ¡Deténgala!
No le dio tiempo. Un
gran cuerpo apareció bajo ella, elevándola por encima de la plaza y de los gritos
del que creyó intuir nada más verle, un capitán. Sonriendo con cierto alivio,
acarició las escamas negras que ascendían cada vez más.
–Gracias
Eivor.
–Eres una chiquilla estúpida.
Lyria supo que era la
conexión mental, debido a que Eivor le era imposible hablar en su forma
original. Se limitó a guardar silencio, dejando que el viento acariciase su
rostro.
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