lunes, 15 de septiembre de 2014

Capítulo 8.

Todo estaba oscuro. Sólo se podía intuir las siluetas de los que se encontraban en aquella sala gracias a la luz del colgante de la Muerte. Todo olía a humo en aquel lugar y había tensión en el ambiente. El capitán y la chica sujetaban sus armas con fuerza esperando a cualquier movimiento de su enemigo para atacar.

-Debéis ser muy valientes para perseguir a un dragón.- Comentó el joven que se encontraba frente a ellos. -Ha sido muy estúpido por vuestra parte, sin duda...

-No me das miedo.- Dijo con confianza el capitán. -Eres simplemente una bestia inmunda que no merece vivir. Eres un maldito híbrido.- Aleksandr escupió al suelo con asco al decir esas últimas palabras. Mientras tanto, su compañera se encontraba en silencio. La prefería así, ya que ella tampoco le agradaba nada. Entonces el dragón rió de forma sarcástica.

-Eres una marioneta del Emperador. Eres su perrito faldero y harás todo lo que te ordene sólo para hacerle feliz. Me das pena.-

Aquellas palabras irritaron al capitán, que no dudó en lanzarse al ataque. Pero el joven pudo reaccionar a tiempo y escupir una llamarada hacia los dos, que pudieron esquivar con suerte. El capitán se protegía del fuego con su enorme espada, mientras que la Muerte aprovechaba su sorprendente agilidad. No debían olvidar que lo querían vivo, pero les resultaba difícil detenerlo sin matarlo. La sala era demasiado pequeña para que el joven pudiera transformarse en su totalidad, por lo que sólo mostraba sus alas negras. El capitán cargó contra él para placarlo, pero el joven pudo esquivarlo volando sobre él, aunque no vio venir el ataque de la Muerte, que había saltado hacia él para darle una patada en la cara haciendo que cayera de nuevo al suelo con la nariz sangrando.  Los movimientos de Aleksandr eran lentos pero peligrosos, a pesar de no estar usando el filo de su espada. Sólo podían ver gracias al fuego que escupía de vez en cuando el joven, pero cada vez que lo hacía, la chica no podía evitar sentirse aterrorizada y retroceder. Combatieron durante varios minutos, pero cuando el Eivor se vio en las últimas, decidió escapar del lugar.

-¡Tras él!- Gritó el capitán Aleksandr, mientras corría hacia donde se dirigía el dragón. Eivor se impulsaba con sus alas para avanzar más rápido, pero cuando estaba llegando a la salida de la cueva vio a su amiga. Estaba atada en la carreta que habían llevado los refuerzos del capitán. Esa distracción fue más que suficiente para que los soldados que esperaban a la salida del lugar pudieran echársele encima. Entonces el joven, lleno de ira, pudo transformarse por completo. Era gigantesco, ni todos los soldados que se encontraban en el lugar podrían rodearlo. Comenzó a echar bocanadas de fuego en todas direcciones mientras que se intentaba librar de algunas cadenas que le habían colocado los soldados. Por muchos golpes que le dieran con las espadas, nada podía romper sus duras escamas. Eivor consiguió capturar a un soldado con sus fauces y lo calcinó al instante, mientras que la Muerte corría por el lomo del dragón, golpeándolo inútilmente con su katana. No podían reducir al dragón y el bosque donde se encontraban empezaba a arder por todas partes. El capitán Aleksandr, mientras tanto, ayudaba a algunos soldados tirando de las cadenas de alrededor del cuello de Eivor para que éste no escapara. Sus alas estaban dañadas por los golpes de la Muerte, pero el resto de sus escamas estaban intactas. Eivor rugía con fuerza mientras escupía fuego hacia los soldados, lo que hizo que tuvieran que soltar las cadenas para escapar del fuego.

-¿Estás bien, Sasha?- Preguntó el capitán Viscen mientras esquivaba la larga cola del dragón y se lanzaba a por él, pero no pudo esquivar el otro golpe que le lanzó el dragón, que lo envió disparado contra un árbol. Mientras tanto, en medio de la escena, se encontraba la Muerte. Su cuerpo temblaba por el terror que le ocasionaban las llamas, pero debía actuar cuanto antes si es que quería terminar su trabajo o, más importante, sobrevivir a aquella contienda. Pero no tenía ningún plan, no podía hacer daño al dragón aunque quisiera. Inútiles. Pensó al ver a los soldados que corrían del fuego. En ese momento se acordó de algo que podría acabar con aquella batalla, pero si lo hacía, haría que todos se volvieran contra ella.

Se deslizó entre todos los soldados que se encontraban luchando, tropezando con el torpe Philip, que al verla huyó del pavor que le causó, ya que supo reconocerla. Había varios soldados completamente carbonizados en el suelo, pero eso no la detuvo. El dragón estaba muy cerca y comenzó a lanzar mordiscos hacia la joven mientras ella lograba esquivarlos ágilmente y contraatacaba con su sable, simplemente para desviar los ataques. Volvió a subir sobre el dragón y, colocándose en su cuello, sentada y agarrándose a las cadenas, se vio a salvo de sus ataques, por lo que cogió aire y comenzó a cantar.

¿Qué es ésto? Pensaba Eivor al escuchar esa canción. Era la primera vez que la oía y, sin embargo, le resultaba muy familiar y tranquilizadora. Su cuerpo comenzaba a flojear y los ojos se le cerraban del sueño. En ese momento dirigió su cansada mirada a su amiga, que se encontraba en el carro completamente inmovilizada. Lyria... 

-¿Pero qué...?- Dijo el confuso Aleksandr al ver lo que estaba ocurriendo. Se sentía más tranquilo al escuchar aquella hermosa canción. Todos los soldados habían dejado de luchar para escuchar aquella melodía. La joven tenía una dulce voz que muchos habrían considerado mágica. Ya sólo podía escucharse la voz de la Muerte y el fuego abrasando el bosque. El dragón estaba dormido y había vuelto a su forma original. -¿Qué hacéis ahí parados?- Preguntó el capitán Aleksandr al salir del ensimismamiento. -Atadlo antes de que despierte.- Entonces caminó hacia la joven, que había dejado de cantar, lentamente. -¿Qué ha sido eso?

 -Un viejo truco bajo la manga...- Comentó la Muerte. Ella también se sentía más relajada por aquella canción, que le enseñó su madre y que había pasado por su familia de generación en generación. Pero Sasha notó que ella había bajado la guardia y era el momento perfecto para actuar.

-Qué interesante...- Soltó una carcajada. El capitán comenzó a pensar que el Emperador tenía razón acerca de ella. Desde luego esa habilidad que acababa de mostrar no era normal, por lo que se sintió más satisfecho con su trabajo en ese instante. -Bueno, el Emperador estará encantado con los dos especímenes que le voy a llevar.

-¿Los dos especí...?- Pero la joven no pudo terminar aquella frase, ya que recibió un fuerte golpe en la nuca por parte del capitán, que la dejó inconsciente. Cuando la hubieron atado, llevaron a los tres rehenes a la carreta, comenzando el viaje de nuevo hasta la capital.

Cuando hubieron llevado, el capitán entregó a la amiga del dragón al soldado Philip. -Llévala al calabozo, por traidora.- A continuación continuó con la carreta en la que transportaba a sus presas aún dormidas hasta el Emperador.

-Ah, Aleksandr, ya has llegado... Veo que ha sido más difícil de lo que parecía...- A las heridas del capitán Aleksandr causadas por los gigantes, se le habían sumado quemaduras del dragón.

-Gajes del oficio.- Bromeó Sasha con una risotada. -Pero emperador Vladek... ¿Por qué tenía interés en atraparlos, si es que puedo preguntar?

-Eso es algo que es sólo de mi incumbencia, capitán.- Dijo el Emperador con tono cortante. Su mirada se había vuelto fría y seria, algo de lo que no estaba acostumbrado la mano derecha del gobernador. -Ya puede retirarse. Tengo mucho que hacer ahora.

Aleksandr se encontraba extrañamente vacío después de aquellas palabras del Emperador. Éste siempre había confiado en él, y su reacción había sido muy extraña. Además, las palabras de Eivor le habían hecho más daño del que jamás se atrevería a admitir. Quizá sólo esté cansado. Pensó el capitán. Debería irme a casa con mi querida Élaine y dormir... Mañana será otro día. Cuando hubo salido a los jardines del palacio, se encontró con los agotados soldados, a los que también dio el día libre. Se despidió finalmente de su amigo Viscen, que no estaba gravemente herido, y comenzó a caminar hacia su hogar mientras la luz anaranjada del anochecer llenaba las calles de la gran ciudad.

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