viernes, 12 de septiembre de 2014

Capítulo 7.

Ella quedó perdida entre el bullicio de gente yendo y viniendo, entre los gritos de los que habían quedado bajo los escombros, entre el polvo que todavía permanecía en el aire de la plaza. Aspiró los restos del humo negro que emitía la madera quemada y volvían a su cabeza aquellos recuerdos pesados de los que ya sólo quedaban retazos. Se sintió asfixiada y se tapó la boca y la nariz con una mano y se echó hacia atrás torpemente. Se alejó mientras la gente corría de un lado a otro con baldes de agua hasta que lograron sofocar el fuego, que por suerte no se propagó. En cuanto todo volvió más o menos a la normalidad volvió su nuevo compañero de aventura, el tal Aleksandr, seguido de la guardia real que, para colmo, a lo que venía era a aumentar el bullicio y provocar peleas. Ella suspiró con pesar.
-A buenas horas aparecéis. Cómo se nota que la guardia es tan inútil como el mismísimo ejército. 
Se encogió de hombros, esperando una respuesta de su nuevo aliado, o lo que fuese que era. El capitán, que ya no portaba sus ropas características y, a su parecer, había perdido aquella triste pizca de gallardía que parecía transmitir con aquella armadura enorme, se dirigió hacia la población preguntándoles qué es lo que había ocurrido. Ella lo sabía, pero seguía sin confiar en aquel hombre de lealtad ciega y prefirió silenciar sus palabras. Miró a sus alrededores, pero no logró distinguir ni al chico salvaje al que perseguía ni a su forma majestuosa. 
-¡¿Qué están diciendo?! ¿Se creen que somos estúpidos o qué? 
Ella se acercó al bullicio de uno de los guardias. Otro más que parecía vivir acomodadamente. Era rechoncho y llevaba un bigote bien definido, un bigote que sólo uno de esos asquerosos nobles podridos en dinero llevarían. 
-¿Qué ocurre? 
Preguntó, olvidando su condición de paria y su agüero. 
-Esta gente dice que esto ha sido obra de un dra...
El hombre enmudeció y se fue de espaldas, tropezando con uno de los escombros de la calle. El capitán le ayudó a levantarse, que incluso con su peso de ballena logró hacerlo sin esfuerzo. 
-No se preocupe. Es una valiosa aliada del Emperador ahora. Ella es...
-Muerte.
-¿Eh?
El hombre rechoncho abrió los ojos.
-Puedes llamarme así. Y sí, podría decirse que ahora estoy bajo órdenes de su tan admirado emperador, para mi desgracia - La joven echó a andar despreocupadamente esquivando los escombros y a las personas, que gracias al alboroto no se fijaban en su presencia - Eh, tú ¿Planeas quedarte esperando a que nuestra presa venga a nosotros? 
-Tranquilízate, tengo un plan...
-A la mierda el plan. Yo no sigo planes. Yo voy a mi deriva. Si quieres cooperar conmigo entonces limítate a seguirme, sino márchate. 
El hombre entornó los ojos. Debía mantenerse firme y aguantarse las ganas de clavarle la enorme espada en cuanto le diese la espalda. Por primera vez su plan no parecía ir como quería, y a él le gustaba tenerlo todo calculado fríamente. Por suerte, tenía un plan alternativo ya que sabía perfectamente contra quién se estaba enfrentando. Hizo una señal a los hombres que estaban no muy lejos de él vestidos de campechanos, y estos se dispersaron por la ciudad con gran rapidez. Él la siguió. Ella era ágil, como una sombra deslizándose entre la gente, sin llegar a rozarla, y comparado él era mucho más tosco, más torpe... Pero apostaba cualquier cosa a que ella, con unos bracitos tan delgaduchos, no podría en un combate cuerpo a cuerpo con él. En eso llevaba ventaja, y era un alivio. Por fin salieron del centro de la ciudad. Él estaba acostumbrado a las caminatas, pero a esa velocidad le resultó fatigante y se detuvo a descansar. 
La joven le esperó en un claro de la ciudad. Estaban ya casi en el otro extremo, la salida sur.
-¿Sabes exactamente hacia dónde vas, mujer?
Ella asintió. Se había puesto en la piel de su presa, como solía hacer, y simplemente se dejaba llevar. Lo sabía, sabía qué tipo de ser era, y sabía que con sus alas podía volar kilómetros incluso, pero algo dentro de su instinto de cazadora le decía que no se encontraba muy lejos de allí. Estaba tan sepultada en sus pensamientos y en encontrar a su objetivo lo más pronto posible que no se había percatado del pequeño ejército de campesinos que la perseguía desde no muy lejos. El capitán, pese a que sus señales no es que pasasen desapercibidas, estaba teniendo demasiada suerte. Anduvieron durante lo que para él parecieron siglos. Se paraba a menudo a descansar con falsa fatiga, esperando que el carro de mercaderes que los seguía se acercase lo suficiente como para no perderles de vista.
Ella sintió una punzada. Olfateó como si de un animal se tratase y emprendió la marcha hacia unas rocas de aspecto sospechoso. 
Aleksandr no supo qué hacer. Se habían desviado demasiado del camino principal, y si el carro les seguía hasta aquel lugar sería demasiado sospechoso. La joven le miraba. ¿Estaba demasiado inquieto? 
-Ayúdame a mover esta roca. 
-¿Para qué? Es una simple roca. Deberíamos volver al camino principal. 
- Esa... cosa no sigue caminos principales. ¿Vas a ayudarme?
Él ayudó a empujar a la joven aquella pesada roca que hasta a él le costó. Desgraciadamente, el carro de mercaderes ya estaba demasiado cerca como para pasar desapercibido por la joven.
-Ese carro nos lleva persiguiendo buen tiempo... ¿Qué es lo que tramas? 
-¿De qué hablas? 
-¡Dije que no necesitaba refuerzos! Ve y envíales un mensaje: Si se acercan a mí, no me hago responsable.
Él asintió. Caminó lo más despacio posible. Su plan estaba a punto de quebrarse, y raro le pareció que ella no se oliese lo que estaba sucediendo cuando de repente una flecha de fuego se clavó en el carruaje y todos los guerreros salieron espantados entre gritos. 
La joven alzó la mirada y vio a una joven arquera subida en una de las rocas que se habían desprendido de la montaña. No era aliada, era claramente enemiga. Había atacado sus refuerzos, que aunque innecesarios, eran aliados. La Muerte saltaba sobre las piedras como si de una pluma elevada por el aire se tratase, y desenfundando su recién adquirida katana rebanó la piedra en dos, manteniendo el filo intacto. La otra chica había saltado en el momento exacto como para posarse encima del filo de la espada y se impulsó saltando hacia la entrada de la cueva. Lanzó una flecha de fuego que incendió los hierbajos secos de la entrada y Aleksandr de tan sólo un corte horizontal logró dispersar el aire con el viento que había emitido la pesada espada. Para entonces la chica ya había entrado en la cueva.
-¡Adelante! ¡Recordad lo aprendido en nuestras expediciones! 
Dio la orden de que todos entrasen en la cueva y él se quedó esperando a que la Oriental entrase en su trampa mortal. 
Allí acabaría el juego para ambos. Los mágicos no tenían lugar en este mundo.
Siguieron la persecución adentrándose en la cueva, pero habían tantos caminos distintos que pareció perderse de todo el mundo menos de la joven que iba frente a él. Cuando la luz desapareció por completo, ella guardó el sable en la funda y se desprendió el colgante que llevaba bajo la ropa. Lo puso en su mano y este se iluminó. Aleksandr lanzó una mueca de desagrado que no pudo ser percibida por nadie en aquella oscuridad.
-¿Por qué tienes tal cosa?
-Me lo dio una de mis presas antes de morir.
Él no lo entendió. ¿Por qué iba alguien a regalarle algo a su asesino?
-¿Por qué razón?
-¿Acaso te resulta un tema de suma importancia?
-No es tanto eso... Me refiero. Los mágicos nos odian...
-Ellos no nos odian. Nosotros somos los que creemos que siguen resentidos. Pero en realidad lo único que anhelan es vivir en paz.
Aleksandr bufó. ¿Cómo iba a creer en eso habiendo vivido todo lo que había vivido? La crueldad de la guerra obviamente no vivida por ella la hizo ver como una verdadera ignorante.
-Odio a esos seres. Sin ellos...
-Odio a los humanos.
Ambos se detuvieron en la entrada de una gran sala circular en la que habían extraños grabados en la piedra. El capitán notó dos presencias, y las dos estaban mirándole a él. La joven tenía el sable fuera de su funda, y no muy lejos de allí un chico de ojos fulgurosos le miraba con una sonrisa divertida. ¿Habían descubierto su plan? ¿O simplemente así habían acabado las cosas?


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