jueves, 13 de noviembre de 2014

Capítulo 11.

"¡Capitán Viscen!" El capitán Aleksandr escuchó el eco de aquel grito en la distancia. Viscen, por alguna razón, no respondía a la llamada de su soldado, por lo que decidió ir él en su lugar. Corrió por los pasillos temiéndose lo peor, hasta que encontró un rastro de sangre y, siguiéndolo, vio el cuerpo desangrándose de Kashim.

-¡¿Adónde ha ido?!- Preguntó furioso a uno de los prisioneros que se encontraban en aquél lugar. -Contesta o me ocuparé personalmente de que no vuelvas a salir de esta asquerosa mazmorra.

-N-o lo sé, señor... Estaba muy oscuro y...- Titubeó aquel prisionero, a lo que Aleksandr respondió agarrándolo de su sucia camisa a través de los barrotes y tirando de ella para golpearlo con éstos. ¡No lo sé!- Repitió. -¡Creo que se fue por ahí!- Terminó por decir, señalándole al capitán el camino que debía tomar. Así que, sin pensárselo dos veces, el capitán Aleksandr comenzó a correr por los oscuros y húmedos pasillos hasta encontrarse con aquella figura femenina que ya conocía. Portaba de nuevo su sable y lo miraba con odio.

-Tú... Te juzgué mal, eres más buena de lo que creía... Burlar a mis guardias y conseguir escapar de tu propia celda...

Pero la joven Ryuka no le dejó terminar de hablar. Se lanzó hacia el capitán con un rápido movimiento, pero Aleksandr pudo detenerlo con su espada a tiempo. Pero ella siguió golpeando con gran velocidad y furia, lo que hizo que el capitán sólo pudiera retroceder y parar los golpes para salvar la vida. Cuando vio que la joven se estaba cansando, aprovechó para contraatacar él con un mandoble, lo que hizo que Ryuka saltara hacia atrás y las piedras del suelo donde golpeó se rompieran en pedazos. Siguió dando mandobles lentos pero potentes y, pronto, la espada del capitán comenzó a llenarse de sangre de la Muerte. La joven estaba herida, pero seguía defendiéndose, hasta que el capitán consiguió quitarle el sable de la manos gracias a un golpe de espada. Ryuka tropezó y cayó hacia atrás, completamente indefensa. El capitán se dio cuenta de ésto, por lo que levantó su espada para dar un golpe final.

-Adelante, acaba conmigo ya. ¿Es que también te tienen que ordenar eso?- Se burló de él la Muerte. Su voz temblaba debido al cansancio y al dolor de las heridas, pero no tenía miedo de lo que le esperaba. Ya no tenía nada que perder. Pero el capitán bajó su espada, a lo que la joven le respondió con una mirada de sorpresa.

-Lárgate.- Dijo Aleksandr. -No quiero volver a verte nunca más. Si en un futuro nos volvemos a cruzar, no dudaré en acabar de una vez contigo, escoria.- Dicho ésto, escupió sobre la chica y comenzó a caminar en dirección contraria. Estaba cansado y pensando en todo lo que le estaba pasando desde que conoció a la Muerte, por lo que cuando se dio cuenta de dónde había llegado caminando, ya había salido de las mazmorras. Se encontraba en un pasillo en el que normalmente había guardias protegiendo la entrada y al que nadie, ni siquiera él, podía entrar. La curiosidad le invadió, así que deicidió continuar su camino por aquel lugar.

Estaba oscuro, no había nadie alrededor. "Los guardias de aquí habrán abandonado sus puestos para capturar a los fugitivos", pensó. Estaba nervioso porque se arriesgaba a perder su puesto de capitán desobedeciendo las normas, pero debía averiguar qué era lo que el Emperador le ocultaba. Cuando llegó al final del pasillo se encontró con una gran puerta de metal. No podía echarse atrás ahora que había llegado tan lejos, así que cogió aire y entró en aquel lugar. Lo que vio entonces lo dejó con la boca abierta. Largos pasillos de color blanco y enormes salas iluminadas con luces fluorescentes desde el techo. El capitán Aleksandr estaba asustado. Nunca había visto tal tecnología. Pensó por un momento que era magia. Pero eso no le impidió seguir avanzando. Al momento escuchó un ruido eléctrico y un gruñido ensordecedor, por lo que rápidamente se escondió como pudo detrás de un archivador y se asomó con disimulo. A través de gran ventanal pudo ver a varias personas vestidas con batas blancas y varas de las que salía electricidad por los extremos. Su respiración se aceleró. Los científicos usaban esas varas para golpear a uno de los gigantes que el propio Aleksandr había capturado.

-¡Obedece, animal!- Decía uno de los científicos. -¡Siéntate y doblégate ante mí!- Dicho ésto, volvió a golpearlo con el instrumento, haciendo que la criatura emitiera otro grito de dolor.

¿Qué estaba pasando en aquel lugar? ¿Quienes eran esas personas? Eran preguntas que se hacía el capitán, pero no podía saber la respuesta. Decidió seguir su camino, ya que podrían encontrarlo si se quedaba ahí mucho tiempo. Se encontró con una puerta de cristal que no tenía pomo, por lo que Aleksandr se quedó mirándola confundido. Lo primero que se le ocurrió fue empujar la puerta, pero en el momento que se acercó, ésta se desplazó automáticamente hacia un lado. El capitán al presenciar aquello no pudo evitar soltar un grito de terror que esperaba que nadie lo hubiera escuchado. No porque podrían descubrirlo, sino porque su hombría le importaba demasiado. Cuando se tranquilizó, entró en la sala. Sólo había jaulas de diferentes tamaños que encerraban gigantes, gárgolas e incluso grifos y unicornios. Todas esas criaturas parecían desnutridas y a punto de morir, pero el capitán no sintió lástima por ellas, ya que las odiaba a todas por igual. Más adelante vio gran cantidad de cápsulas que contenían en su interior huevos. Eran de colores oscuros y algunos reflejaban la luz, lo que les hacía parecer piedras preciosas y, cerca de allí, había una mesa con varias notas que los científicos habían tomado.

Creación de híbridos a partir de ADN de dragón. Prueba Nº 20.
Grandes avances al fuionar a los sujetos de prueba con el ADN de dragón extraído de los huevos. Los sujetos han desarrollado habilidades sobrehumanas como escupir fuego e incluso desarrollar alas que pueden hacer aparecer y desaparecer a su propia voluntad. También se ha detectado algunos cambios físicos, como aparición de escamas en la piel y cambio de color de ésta. No son dóciles, por lo que serán sacrificados para mantener la seguridad del Imperio. Se continuará con las pruebas.

Pero el capitán, por mucho que leyó una y otra vez los apuntes no conseguía entender nada. La cabeza le daba vueltas y sintió la urgencia de salir del lugar cuanto antes. En ese momento, escuchó la puerta abrirse al otro lado de la sala.

viernes, 3 de octubre de 2014

Capítulo 10.

La Muerte la observaba con sus ojos de un extraño castaño rojizo, con una mirada perdida y a la vez, aterradora. Sin embargo, Lyria no bajó la cabeza y la enfrentó con una mirada llena de odio y repulsión.
-¿Te crees que voy a deberte algo por esto? 
La Muerte de un solo corte logró liberarla, sin cambiar su expresión frívola. Le dio la espalda y salió de la celda con total tranquilidad.
-Está bien. Fui estúpida al confiar en el imperio. Están tramando algo. Tu amigo...
-¡Eivor! ¡Tengo que ir a por él!
La muerte asintió.
-Ve. Probablemente tarden un rato en darse cuenta de lo que ha sucedido aquí abajo. Yo los retendré, aunque no prometo darte mucho tiempo - La muerte empezó a desnudar a uno de los soldados a el que había rebanado la cabeza, estando esta no muy lejos de allí. De milagro uno de los uniformes no parecía excesivamente ensangrentado, así que se lo cedió a la joven junto con la espada de dicho soldado y su casco-. Con esto probablemente pases desapercibida un buen tiempo. Sin embargo no te extrañes si en cierto punto te niegan la entrada. Entonces no te quedará otra: O atacas, o huyes. 
Lyria asintió. Por alguna razón La Muerte ahora lucía más amable y mucho más humana que cuando intentó atacarla, o cuando lanzó su canción a Eivor. Se puso los ropajes, y sintiéndose más pesada de lo normal, emprendió la marcha dejando atrás a la asesina sin mirar atrás. Su prioridad era encontrar a su amigo, y si tenía que dar la vida en ello, lo haría sin dudarlo. 

La muerte tocaba el filo de su espada de arriba a abajo mientras agudizaba el oído. Había ocultado los cuerpos y sus cabezas en la celda en la que ella antes se había visto encerrada, y esperaba pacientemente a sus contrincantes. Sabía que sería casi imposible para ella salir victoriosa de un combate contra Aleksandr o contra Viscen, pero al menos intentaría aguantar para redimir su descuido. Ya no era solamente que debía una disculpa al joven dragón, sino que su mismo orgullo se había visto herido. Comprendió entonces por qué Vladek había hecho tanto hincapié en mantener con vida al joven...secretos de guerra. Seguramente estarían torturándolo hasta la muerte, y en caso de que hablase, le matarían sin dudarlo. Se sintió estúpida. De no ser por su cántico probablemente el joven podría haberse transformado en los calabozos y haber destrozado por completo el castillo. 
Sus pensamientos la distrajeron... Nunca antes había utilizado el cántico de los cazadragones, y sinceramente no se le había pasado por la cabeza que funcionaría, pero ahora que había funcionado Eivor probablemente pasase varias semanas despojado de su poder. 
Sintió entonces pasos y se concentró. Voces.
"Aquí es en donde guardamos a los criminales de guerra. O bien los ejecutamos en la plaza central para hacer ver a los demás mágicos que nosotros somos los que mandamos o bien simplemente son utilizados como rehenes..." Otra voz respondió algo que no logró descifrar. "Tenemos muchas esperanzas puestas en ti, Kashim. No me puedo creer que un joven de la tribu desaparecida haya decidido unirse al ejército después de lo ocurrido hace unos siglos." La otra voz rió. "En serio, siempre pensamos que nos guardabais algún tipo de rencor por lo ocurrido."
No hubo respuesta. Finalmente llegaron a los calabozos, y al fondo de ellos les cortaba el paso La Muerte, agitada y perturbada. 
-¡¿Quién anda ah..-El soldado no logró terminar su frase de advertencia cuando en su pecho se había clavado un estoque del ejército -. Maldito...
Cayó al suelo sin hacer ruido, mientras ambos personajes se miraban intensamente.
-¿Qué haces aquí, Ryuka? 
Ah... Alguien la había llamado por su nombre. Hacía tanto tiempo que no lo escuchaba que le sonó extraño, y su pecho se aceleró. 
-Podría preguntar lo mismo, Kashim. 
Él también portaba una katana de un tamaño mayor al de ella, y no pareció entender la pregunta.
-¿No es obvio? Voy a vengarme de esos mágicos hijos de puta.
Ryuka negó con pesadez.
-No seas estúpido, ellos no tuvieron la culpa. ¿Es que no lo ves? 
-¿Qué es lo que debería ver? 
-¡Este maldito imperio envió a todas nuestras familiar a morir en vano! ¡Ellos sabían que no podríamos ganar, pero aún así...!
Kashim rió estrepitosamente. 
-No seas idiota. Nuestras familias murieron luchando como verdaderos guerreros. Es un privilegio digno de pocos. Fueron esos malditos los que nos condenaron y acabaron con todos. 
-Kashim, a los occidentales no les importa el honor... Solamente les importa sobrevivir a costa de los demás. Nunca enviaron ayuda, no les importamos en absoluto... Cuando se vieron al borde del precipicio fue cuando pactaron para dar tregua a la guerra. 
-Nuestro deber, como últimos herederos de la cultura asiática, es proteger el honor de nuestros antepasados y vengarlos. Yo moriré en busca de la venganza, no sé qué planeas hacer tú, pero te recomendaría que no te entrometieses en mi camino. 
Ella levantó su katana y apuntó con ella al joven, dubitativa. Él pareció notarlo y soltó una risa divertida. 
-¡Ryuka, Ryuka, que las armas no son cosa de mujeres! Está bien, está bien. Baja esa arma y cuando vuelva de la guerra prometo casarme contigo y conseguir una casa para ambos. Estarás feliz ¿No? el sueño de toda mujer es casarse con un importante soldado y vivir para honrarlo y adorarlo eternamente. 
-No has cambiado en absoluto, Kashim. 
Hábilmente se abalanzó contra el joven de cabellera negra con su espada en posición horizontal. Lanzó una estocada para atravesarle, pero él repelió el ataque con el filo de su arma, haciendo que ambos retrocedieran con el choque de espadas, que resonó por los calabozos y que hizo asustar a algunos de los prisioneros que perecían allí, a punto de morir de hambre, o de agotamiento.  Ella se volvió a preparar para atacar, pero él se adelantó y lanzó un corte horizontal a la joven con la parte sin filo de su espada, No la estaba tomando en serio. Ella se agachó, posando una mano en el suelo y con la otra sujetando la espada, y cuando hubo pasado la espada del joven, se impulsó con la mano y le hizo un corte en el pecho que resultó no ser tan profundo como ella habría querido. Kashim se había alejado lo suficiente como para que la herida no resultase muy importante, pero aún así no debía ignorar que estaba sangrando demasiado. Vio a Ryuka acercarse mientras se tapaba la herida sangrante y estuvo seguro de que ella le mataría, como acto desesperado lanzó una serie de estocadas torpes que fácilmente fueron esquivadas por ella y entonces logró gritar.
-¡Capitán Viscen! 
Antes de que todo se volviese oscuro. 

La Muerte arrastraba el cuerpo desmayado de su amigo de la infancia por los calabozos en dirección hacia Lyria. Iba lentamente, y dejando un rastro de sangre de su compañero, al que llevaba con el brazo sobre su cuello. ¿Cómo había terminado esto así? De todas las personas del mundo, justamente Kashim había terminado alistándose a una muerte segura. Podía ser todo lo hábil que quisiera en el combate, pero en la guerra todo era diferente. Y más en aquellos tiempos en los que la mayoría de los soldados que se enviaban no eran más que campesinos con armas asustadizos y obligados a luchar contra seres que podían pulverizarlos, literalmente, con la mirada. 
Dejó el cuerpo de su amigo reposado contra la pared. Su rostro estaba pálido, y sumando a su blancura, parecía un ángel. Se había quedado dormido con una expresión tranquila, pese a la herida que tenía en su pecho, y entonces ella pudo contemplar lo mucho que había cambiado en realidad, y se dio cuenta de que era humana, y que los humanos odiaban, y amaban, y temían... 
Colocó su amuleto en el cuello del joven, escondió la piedra fulgurante entre su camisón y se preparó para la batalla. Avanzó entonces en dirección contraria a la de Lyria, en dirección a los calabozos, no sin antes observar el rostro moribundo de su compañero.
Juró vengarle. Si moría, le vengaría, le vengaría de aquellos que le habían lavado el cerebro, de ese maldito emperador y de todo su séquito. Y sí, ella también moriría por ello. 


sábado, 27 de septiembre de 2014

Capítulo 9.

Al día siguiente, justo después del amanecer, Aleksandr había dejado su hogar a manos de su querida esposa Élaine, de la que se despidió con un beso antes de darle la espalda y dirigirse de camino al castillo. Muchas dudas invadían su mente, puesto que las palabras de Eivor seguían acuchillando su corazón, creándole una incertidumbre que todavía no se disipaba. ¿Qué intenciones tenía el Emperador? ¿A qué debía de atenerse a partir de ahora? No quiso pensar más en ello por ahora, así que una vez se adentró en el castillo, tomó camino directo a las mazmorras.

Allí, las paredes eran oscuras, pestilentes y frías. Gotas de agua caían sin cesar por determinadas esquinas, y sus piedras permanecían cubiertas de un moho verdoso que a simple vista, daba náuseas. Unos gritos resonaban por todas las escaleras que estaba en ese preciso instante descendiendo,  creando un eco molesto. Frunció el ceño levemente, preguntándose de quien se trataba. Pero la respuesta la obtuvo de inmediato al encontrarse con Viscen, situado frente a los barrotes de uno de los calabozos.

En la izquierda, pudo ver perfectamente a La Muerte, que bajo las sombras, le dirigía una mirada serena, pero carente de emociones. Eso provocó que Aleksandr le evitase el contacto visual, puesto que al fin y al cabo la había traicionado, como desde un principio se había planeado con el Emperador. No tenía remordimientos, o eso creía, pero desde que la había conocido, su cortante frialdad no le gustaba en absoluto. Por otra parte, en la derecha, estaba la compañera del dragón, colgada en los alto de los barrotes, como un animal, a cuatro patas. Se le asemejó a un babuino en esa postura.

Era ella quien gritaba. Mordía los barrotes de hierro con fiereza, chillando a diestro y siniestro, haciendo que de vez en cuando, Viscen se llevara las manos a los oídos. El capitán se aproximó a él, observando a la chica.

Tiene buenos pulmones– comentó, viendo cómo ella al verle llegar, le gruñía. Su cabellera roja estaba desordenada, interponiéndose en sus mejillas. –¿Has tenido que vigilarla durante toda la noche?

Órdenes del Emperador. – bufó Viscen, chasqueando la lengua con desagrado. – La Muerte al menos ni se la escucha respirar. Pero ella es casi como un animal que odia estar enjaulado.

¡COBARDES! ¡MALDITOS! ¡EXIJO SABER DÓNDE TENÉIS A EIVOR! – se deslizó por el hierro, enfrentando el rostro de Aleksandr. Alzó la mano hacia él, como si quisiera arañarle. –¡Como le hagáis daño, os sacaré las tripas con mi propias manos!

El dragón está en el lugar que le corresponde. Agradece que el Emperador lo tiene aún con vida… o quién sabe. – Viscen soltó una carcajada. –Quizás ya haya muerto.

¡Sois lo más podrido de este mundo! ¡Los seres mágicos no os han hecho nada! ¡Vosotros empezasteis la guerra! ¿¡Qué esperabais, que no se defendieran!? Pero…–ahora la que reía, era ella. –….sois patéticos. Estáis resentidos porque ellos conquistaron vuestras tierras, y ahora como críos, sólo os dedicáis a matar a esas criaturas a diestro y siniestro. Vais a daros contra los dientes a la mínima. ¡El Emperador sólo está jugando con vosotros! ¡Solo sois sus piezas que maneja como le da la gana!

¡Cállate, asquerosa salvaje! – gritó Aleksandr, dando un golpe contra los barrotes, haciendo que estos rechinasen y temblaran. No iba a permitir esas palabras. No quería más dudas. –No sabes de lo que hablas. Los únicos que deben de ser erradicados, son ustedes. Acabaron con familias de cientos de soldados inocentes. ¿Acaso no conoces el ojo por ojo y diente por diente?

Dime, capitán de tres al cuarto. ¿Qué harías si te atacasen? ¿Te defenderías o dejarías que te matasen? – Lyria adoptó una sonrisa ladeada, la cual le hizo a Aleksandr vacilar. Ella se colocó mejor el cabello, acumulándolo en su hombro derecho. Mientras, se acercó más a los barrotes, y aprovechó su despiste para agarrar al hombre y acercarle. –¿No lucharías hasta el final? Yo que tú me pensaría la respuesta. No creo que hubieses permitido que matasen a esa esposa tan hermosa y dulce que tienes. Qué tragedia sería que le rebanasen el cuello, y todo porque otro Emperador lo quiso así. Ponte en nuestra situación. Ponte en la situación de los seres mágicos.

Y sin más, le soltó, rascándose el rostro mientras volvía al fondo de su calabozo. Viscen estuvo a punto de entrar allí mismo y matarla, pero el capitán se lo impidió. Negó con la cabeza, debían dejar las cosas como estaban. No dijo ninguna respuesta, con el silencio, se retiró de los calabozos, para buscar al Emperador. Sin embargo, en cuanto había adelantado un considerable tramo, escuchó más gritos. Pero estos, no tenían nada que ver con los de aquella desagradable muchacha. Eran gritos desgarradores. Contrariado y movido por la curiosidad, aceleró sus pasos, pero siempre intentando ser sigiloso y que nadie se percatase de su presencia.

Apegándose a la pared, notó que estaba cada vez más cerca. Con cautela, siguió hasta encontrarse  con una puerta. Para su desgracia, cerrada, pero se dio cuenta de un detalle importante. A lo alto de esta, se podía ver un hueco con rejas, así que podría echar un vistazo a través de él. Aunque, al hacerlo, la escena que se encontró fue de lo más abrumadora. Colgado de una soga en lo alto del techo, las puntas de sus pies rozando el suelo y sus manos siendo sostenidas, el joven híbrido gritaba a cada sonido de un látigo que se impactaba contra su espalda. Aleksandr pudo entrever que hilos de sangre se colaban por su cintura, apretando la mandíbula y cerrando los ojos con fuerza.

Su pelo oscuro ocultaba su expresión de sufrimiento, pero el hombre deducía sin necesidad de verlo, que aquello le infringía dolor, mucho dolor. Otro latigazo volvió a producirse. Esta vez no había gritado, en vez de eso, la voz del Emperador intervino, sorprendiéndole.

Déjalo, se ha desmayado.

¿Qué haremos con él, señor?

El híbrido no ha querido hablar. Otro en su sano juicio hubiese aceptado a desvelar lo que necesitamos saber, pero él ha preferido aguantar 60 latigazos. Pobre necio. – suspiró, parecía enfadado por esa razón. –Déjalo ahí, volveremos después para comprobar si recupera el conocimiento.

Cuando Vladek abandonó la estancia con su verdugo, se detuvo un momento antes de volver a sus aposentos.

¿Ocurre algo?

No. Simplemente me pareció ver algo. Volvamos.

Tras desaparecer la sombra de ambos hombres, Aleksandr salió de su escondite. Tuvo que agradecer a la columna que constituía una de las esquinas del pasillo, de no haber sido por eso, habría sido descubierto. No comprendía nada. ¿Desvelar el qué? ¿Qué sabía Eivor que el resto no? Reprimió un escalofrío. Sesenta latigazos. Un humano normal no hubiese soportado tanto. Volvió a acercarse a la puerta, observando al chico en el interior. No se movía, daba la impresión de ser un muñeco inerte, colgado de aquella manera tan apabullante.

¿Qué haría a partir de ahora?
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Lyria no aguantaba más. El temor de que le hubiesen hecho algo a su amigo de la infancia, la atormentaba. Además de que siempre había odiado los espacios reducidos, la humedad allí era bastante y su cuerpo tendía a enfermar con aquellas condiciones. De haber estado en el exterior, su estado no peligraría en ningún sentido, porque sabía sobrevivir en su hábitat natural. Ahí, definitivamente, no. Tembló, abrazándose un segundo así misma, asegurándose de que el hombre que les vigilaba, no la viera. No permitía que nadie la observase en ese estado tan débil, tenía que mantenerse fuerte ante cualquier enemigo. Sería muy humillante.

Entonces, oyó un quejido ahogado, y luego, el sonido de un cuerpo caer contra el suelo. Sus sentidos estuvieron alerta de inmediato, levantándose. Miró hacia los barrotes, pero no quiso acercarse. ¿Qué había pasado? Entonces, distinguió una silueta y una espada que la misma blandía. Cerró los ojos cuando escuchó el sonido de algo cortarse. El estrépito del hierro también cayendo contra el suelo. Le hizo abrirlos de nuevo, impresionada.

Al alzar la mirada, sus ojos dorados vieron aquella arma. El arma que caracterizaba a su dueña.


Un sable japonés.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Capítulo 8.

Todo estaba oscuro. Sólo se podía intuir las siluetas de los que se encontraban en aquella sala gracias a la luz del colgante de la Muerte. Todo olía a humo en aquel lugar y había tensión en el ambiente. El capitán y la chica sujetaban sus armas con fuerza esperando a cualquier movimiento de su enemigo para atacar.

-Debéis ser muy valientes para perseguir a un dragón.- Comentó el joven que se encontraba frente a ellos. -Ha sido muy estúpido por vuestra parte, sin duda...

-No me das miedo.- Dijo con confianza el capitán. -Eres simplemente una bestia inmunda que no merece vivir. Eres un maldito híbrido.- Aleksandr escupió al suelo con asco al decir esas últimas palabras. Mientras tanto, su compañera se encontraba en silencio. La prefería así, ya que ella tampoco le agradaba nada. Entonces el dragón rió de forma sarcástica.

-Eres una marioneta del Emperador. Eres su perrito faldero y harás todo lo que te ordene sólo para hacerle feliz. Me das pena.-

Aquellas palabras irritaron al capitán, que no dudó en lanzarse al ataque. Pero el joven pudo reaccionar a tiempo y escupir una llamarada hacia los dos, que pudieron esquivar con suerte. El capitán se protegía del fuego con su enorme espada, mientras que la Muerte aprovechaba su sorprendente agilidad. No debían olvidar que lo querían vivo, pero les resultaba difícil detenerlo sin matarlo. La sala era demasiado pequeña para que el joven pudiera transformarse en su totalidad, por lo que sólo mostraba sus alas negras. El capitán cargó contra él para placarlo, pero el joven pudo esquivarlo volando sobre él, aunque no vio venir el ataque de la Muerte, que había saltado hacia él para darle una patada en la cara haciendo que cayera de nuevo al suelo con la nariz sangrando.  Los movimientos de Aleksandr eran lentos pero peligrosos, a pesar de no estar usando el filo de su espada. Sólo podían ver gracias al fuego que escupía de vez en cuando el joven, pero cada vez que lo hacía, la chica no podía evitar sentirse aterrorizada y retroceder. Combatieron durante varios minutos, pero cuando el Eivor se vio en las últimas, decidió escapar del lugar.

-¡Tras él!- Gritó el capitán Aleksandr, mientras corría hacia donde se dirigía el dragón. Eivor se impulsaba con sus alas para avanzar más rápido, pero cuando estaba llegando a la salida de la cueva vio a su amiga. Estaba atada en la carreta que habían llevado los refuerzos del capitán. Esa distracción fue más que suficiente para que los soldados que esperaban a la salida del lugar pudieran echársele encima. Entonces el joven, lleno de ira, pudo transformarse por completo. Era gigantesco, ni todos los soldados que se encontraban en el lugar podrían rodearlo. Comenzó a echar bocanadas de fuego en todas direcciones mientras que se intentaba librar de algunas cadenas que le habían colocado los soldados. Por muchos golpes que le dieran con las espadas, nada podía romper sus duras escamas. Eivor consiguió capturar a un soldado con sus fauces y lo calcinó al instante, mientras que la Muerte corría por el lomo del dragón, golpeándolo inútilmente con su katana. No podían reducir al dragón y el bosque donde se encontraban empezaba a arder por todas partes. El capitán Aleksandr, mientras tanto, ayudaba a algunos soldados tirando de las cadenas de alrededor del cuello de Eivor para que éste no escapara. Sus alas estaban dañadas por los golpes de la Muerte, pero el resto de sus escamas estaban intactas. Eivor rugía con fuerza mientras escupía fuego hacia los soldados, lo que hizo que tuvieran que soltar las cadenas para escapar del fuego.

-¿Estás bien, Sasha?- Preguntó el capitán Viscen mientras esquivaba la larga cola del dragón y se lanzaba a por él, pero no pudo esquivar el otro golpe que le lanzó el dragón, que lo envió disparado contra un árbol. Mientras tanto, en medio de la escena, se encontraba la Muerte. Su cuerpo temblaba por el terror que le ocasionaban las llamas, pero debía actuar cuanto antes si es que quería terminar su trabajo o, más importante, sobrevivir a aquella contienda. Pero no tenía ningún plan, no podía hacer daño al dragón aunque quisiera. Inútiles. Pensó al ver a los soldados que corrían del fuego. En ese momento se acordó de algo que podría acabar con aquella batalla, pero si lo hacía, haría que todos se volvieran contra ella.

Se deslizó entre todos los soldados que se encontraban luchando, tropezando con el torpe Philip, que al verla huyó del pavor que le causó, ya que supo reconocerla. Había varios soldados completamente carbonizados en el suelo, pero eso no la detuvo. El dragón estaba muy cerca y comenzó a lanzar mordiscos hacia la joven mientras ella lograba esquivarlos ágilmente y contraatacaba con su sable, simplemente para desviar los ataques. Volvió a subir sobre el dragón y, colocándose en su cuello, sentada y agarrándose a las cadenas, se vio a salvo de sus ataques, por lo que cogió aire y comenzó a cantar.

¿Qué es ésto? Pensaba Eivor al escuchar esa canción. Era la primera vez que la oía y, sin embargo, le resultaba muy familiar y tranquilizadora. Su cuerpo comenzaba a flojear y los ojos se le cerraban del sueño. En ese momento dirigió su cansada mirada a su amiga, que se encontraba en el carro completamente inmovilizada. Lyria... 

-¿Pero qué...?- Dijo el confuso Aleksandr al ver lo que estaba ocurriendo. Se sentía más tranquilo al escuchar aquella hermosa canción. Todos los soldados habían dejado de luchar para escuchar aquella melodía. La joven tenía una dulce voz que muchos habrían considerado mágica. Ya sólo podía escucharse la voz de la Muerte y el fuego abrasando el bosque. El dragón estaba dormido y había vuelto a su forma original. -¿Qué hacéis ahí parados?- Preguntó el capitán Aleksandr al salir del ensimismamiento. -Atadlo antes de que despierte.- Entonces caminó hacia la joven, que había dejado de cantar, lentamente. -¿Qué ha sido eso?

 -Un viejo truco bajo la manga...- Comentó la Muerte. Ella también se sentía más relajada por aquella canción, que le enseñó su madre y que había pasado por su familia de generación en generación. Pero Sasha notó que ella había bajado la guardia y era el momento perfecto para actuar.

-Qué interesante...- Soltó una carcajada. El capitán comenzó a pensar que el Emperador tenía razón acerca de ella. Desde luego esa habilidad que acababa de mostrar no era normal, por lo que se sintió más satisfecho con su trabajo en ese instante. -Bueno, el Emperador estará encantado con los dos especímenes que le voy a llevar.

-¿Los dos especí...?- Pero la joven no pudo terminar aquella frase, ya que recibió un fuerte golpe en la nuca por parte del capitán, que la dejó inconsciente. Cuando la hubieron atado, llevaron a los tres rehenes a la carreta, comenzando el viaje de nuevo hasta la capital.

Cuando hubieron llevado, el capitán entregó a la amiga del dragón al soldado Philip. -Llévala al calabozo, por traidora.- A continuación continuó con la carreta en la que transportaba a sus presas aún dormidas hasta el Emperador.

-Ah, Aleksandr, ya has llegado... Veo que ha sido más difícil de lo que parecía...- A las heridas del capitán Aleksandr causadas por los gigantes, se le habían sumado quemaduras del dragón.

-Gajes del oficio.- Bromeó Sasha con una risotada. -Pero emperador Vladek... ¿Por qué tenía interés en atraparlos, si es que puedo preguntar?

-Eso es algo que es sólo de mi incumbencia, capitán.- Dijo el Emperador con tono cortante. Su mirada se había vuelto fría y seria, algo de lo que no estaba acostumbrado la mano derecha del gobernador. -Ya puede retirarse. Tengo mucho que hacer ahora.

Aleksandr se encontraba extrañamente vacío después de aquellas palabras del Emperador. Éste siempre había confiado en él, y su reacción había sido muy extraña. Además, las palabras de Eivor le habían hecho más daño del que jamás se atrevería a admitir. Quizá sólo esté cansado. Pensó el capitán. Debería irme a casa con mi querida Élaine y dormir... Mañana será otro día. Cuando hubo salido a los jardines del palacio, se encontró con los agotados soldados, a los que también dio el día libre. Se despidió finalmente de su amigo Viscen, que no estaba gravemente herido, y comenzó a caminar hacia su hogar mientras la luz anaranjada del anochecer llenaba las calles de la gran ciudad.

viernes, 12 de septiembre de 2014

Capítulo 7.

Ella quedó perdida entre el bullicio de gente yendo y viniendo, entre los gritos de los que habían quedado bajo los escombros, entre el polvo que todavía permanecía en el aire de la plaza. Aspiró los restos del humo negro que emitía la madera quemada y volvían a su cabeza aquellos recuerdos pesados de los que ya sólo quedaban retazos. Se sintió asfixiada y se tapó la boca y la nariz con una mano y se echó hacia atrás torpemente. Se alejó mientras la gente corría de un lado a otro con baldes de agua hasta que lograron sofocar el fuego, que por suerte no se propagó. En cuanto todo volvió más o menos a la normalidad volvió su nuevo compañero de aventura, el tal Aleksandr, seguido de la guardia real que, para colmo, a lo que venía era a aumentar el bullicio y provocar peleas. Ella suspiró con pesar.
-A buenas horas aparecéis. Cómo se nota que la guardia es tan inútil como el mismísimo ejército. 
Se encogió de hombros, esperando una respuesta de su nuevo aliado, o lo que fuese que era. El capitán, que ya no portaba sus ropas características y, a su parecer, había perdido aquella triste pizca de gallardía que parecía transmitir con aquella armadura enorme, se dirigió hacia la población preguntándoles qué es lo que había ocurrido. Ella lo sabía, pero seguía sin confiar en aquel hombre de lealtad ciega y prefirió silenciar sus palabras. Miró a sus alrededores, pero no logró distinguir ni al chico salvaje al que perseguía ni a su forma majestuosa. 
-¡¿Qué están diciendo?! ¿Se creen que somos estúpidos o qué? 
Ella se acercó al bullicio de uno de los guardias. Otro más que parecía vivir acomodadamente. Era rechoncho y llevaba un bigote bien definido, un bigote que sólo uno de esos asquerosos nobles podridos en dinero llevarían. 
-¿Qué ocurre? 
Preguntó, olvidando su condición de paria y su agüero. 
-Esta gente dice que esto ha sido obra de un dra...
El hombre enmudeció y se fue de espaldas, tropezando con uno de los escombros de la calle. El capitán le ayudó a levantarse, que incluso con su peso de ballena logró hacerlo sin esfuerzo. 
-No se preocupe. Es una valiosa aliada del Emperador ahora. Ella es...
-Muerte.
-¿Eh?
El hombre rechoncho abrió los ojos.
-Puedes llamarme así. Y sí, podría decirse que ahora estoy bajo órdenes de su tan admirado emperador, para mi desgracia - La joven echó a andar despreocupadamente esquivando los escombros y a las personas, que gracias al alboroto no se fijaban en su presencia - Eh, tú ¿Planeas quedarte esperando a que nuestra presa venga a nosotros? 
-Tranquilízate, tengo un plan...
-A la mierda el plan. Yo no sigo planes. Yo voy a mi deriva. Si quieres cooperar conmigo entonces limítate a seguirme, sino márchate. 
El hombre entornó los ojos. Debía mantenerse firme y aguantarse las ganas de clavarle la enorme espada en cuanto le diese la espalda. Por primera vez su plan no parecía ir como quería, y a él le gustaba tenerlo todo calculado fríamente. Por suerte, tenía un plan alternativo ya que sabía perfectamente contra quién se estaba enfrentando. Hizo una señal a los hombres que estaban no muy lejos de él vestidos de campechanos, y estos se dispersaron por la ciudad con gran rapidez. Él la siguió. Ella era ágil, como una sombra deslizándose entre la gente, sin llegar a rozarla, y comparado él era mucho más tosco, más torpe... Pero apostaba cualquier cosa a que ella, con unos bracitos tan delgaduchos, no podría en un combate cuerpo a cuerpo con él. En eso llevaba ventaja, y era un alivio. Por fin salieron del centro de la ciudad. Él estaba acostumbrado a las caminatas, pero a esa velocidad le resultó fatigante y se detuvo a descansar. 
La joven le esperó en un claro de la ciudad. Estaban ya casi en el otro extremo, la salida sur.
-¿Sabes exactamente hacia dónde vas, mujer?
Ella asintió. Se había puesto en la piel de su presa, como solía hacer, y simplemente se dejaba llevar. Lo sabía, sabía qué tipo de ser era, y sabía que con sus alas podía volar kilómetros incluso, pero algo dentro de su instinto de cazadora le decía que no se encontraba muy lejos de allí. Estaba tan sepultada en sus pensamientos y en encontrar a su objetivo lo más pronto posible que no se había percatado del pequeño ejército de campesinos que la perseguía desde no muy lejos. El capitán, pese a que sus señales no es que pasasen desapercibidas, estaba teniendo demasiada suerte. Anduvieron durante lo que para él parecieron siglos. Se paraba a menudo a descansar con falsa fatiga, esperando que el carro de mercaderes que los seguía se acercase lo suficiente como para no perderles de vista.
Ella sintió una punzada. Olfateó como si de un animal se tratase y emprendió la marcha hacia unas rocas de aspecto sospechoso. 
Aleksandr no supo qué hacer. Se habían desviado demasiado del camino principal, y si el carro les seguía hasta aquel lugar sería demasiado sospechoso. La joven le miraba. ¿Estaba demasiado inquieto? 
-Ayúdame a mover esta roca. 
-¿Para qué? Es una simple roca. Deberíamos volver al camino principal. 
- Esa... cosa no sigue caminos principales. ¿Vas a ayudarme?
Él ayudó a empujar a la joven aquella pesada roca que hasta a él le costó. Desgraciadamente, el carro de mercaderes ya estaba demasiado cerca como para pasar desapercibido por la joven.
-Ese carro nos lleva persiguiendo buen tiempo... ¿Qué es lo que tramas? 
-¿De qué hablas? 
-¡Dije que no necesitaba refuerzos! Ve y envíales un mensaje: Si se acercan a mí, no me hago responsable.
Él asintió. Caminó lo más despacio posible. Su plan estaba a punto de quebrarse, y raro le pareció que ella no se oliese lo que estaba sucediendo cuando de repente una flecha de fuego se clavó en el carruaje y todos los guerreros salieron espantados entre gritos. 
La joven alzó la mirada y vio a una joven arquera subida en una de las rocas que se habían desprendido de la montaña. No era aliada, era claramente enemiga. Había atacado sus refuerzos, que aunque innecesarios, eran aliados. La Muerte saltaba sobre las piedras como si de una pluma elevada por el aire se tratase, y desenfundando su recién adquirida katana rebanó la piedra en dos, manteniendo el filo intacto. La otra chica había saltado en el momento exacto como para posarse encima del filo de la espada y se impulsó saltando hacia la entrada de la cueva. Lanzó una flecha de fuego que incendió los hierbajos secos de la entrada y Aleksandr de tan sólo un corte horizontal logró dispersar el aire con el viento que había emitido la pesada espada. Para entonces la chica ya había entrado en la cueva.
-¡Adelante! ¡Recordad lo aprendido en nuestras expediciones! 
Dio la orden de que todos entrasen en la cueva y él se quedó esperando a que la Oriental entrase en su trampa mortal. 
Allí acabaría el juego para ambos. Los mágicos no tenían lugar en este mundo.
Siguieron la persecución adentrándose en la cueva, pero habían tantos caminos distintos que pareció perderse de todo el mundo menos de la joven que iba frente a él. Cuando la luz desapareció por completo, ella guardó el sable en la funda y se desprendió el colgante que llevaba bajo la ropa. Lo puso en su mano y este se iluminó. Aleksandr lanzó una mueca de desagrado que no pudo ser percibida por nadie en aquella oscuridad.
-¿Por qué tienes tal cosa?
-Me lo dio una de mis presas antes de morir.
Él no lo entendió. ¿Por qué iba alguien a regalarle algo a su asesino?
-¿Por qué razón?
-¿Acaso te resulta un tema de suma importancia?
-No es tanto eso... Me refiero. Los mágicos nos odian...
-Ellos no nos odian. Nosotros somos los que creemos que siguen resentidos. Pero en realidad lo único que anhelan es vivir en paz.
Aleksandr bufó. ¿Cómo iba a creer en eso habiendo vivido todo lo que había vivido? La crueldad de la guerra obviamente no vivida por ella la hizo ver como una verdadera ignorante.
-Odio a esos seres. Sin ellos...
-Odio a los humanos.
Ambos se detuvieron en la entrada de una gran sala circular en la que habían extraños grabados en la piedra. El capitán notó dos presencias, y las dos estaban mirándole a él. La joven tenía el sable fuera de su funda, y no muy lejos de allí un chico de ojos fulgurosos le miraba con una sonrisa divertida. ¿Habían descubierto su plan? ¿O simplemente así habían acabado las cosas?


Capítulo 6.

La sorna en sus palabras había causado la confusión en su cazador. Era consciente de quién se trataba. Actuaba solo, un alma libre que disponía de unos pocos camaradas que allí permanecían presentes, pero no estaba aliado con el Emperador de aquella capital, que por supuesto, también lo quería muerto y bajo tierra. El enemigo despertó de su estupefacción, parpadeando y soltando una carcajada mientras apuntaba su cuello con una lanza cuyas chispas podrían detener los latidos de su corazón. Alto voltaje.

Las palabras se las lleva el viento, asquerosa criatura, fardar cuesta muy caro hoy en día. Mueres por la boca. Además, jamás debiste haber existido, en primer lugar. Ten suerte que tu tortura será rápida e inmediata, seré clemente.

¿Debería sentirme agradecido? – el sarcasmo fue evidente en su voz.

¡Oye Keith, termina con esto de una vez! – las quejas del resto de sus compinches molestaban a Eivor.

¡Fríelo y de paso nos haremos unos abrigos con sus escamas! – añadía otro, seguido de risas, sonoras y horrendas.

¿Los escuchas, Eivor? – Keith se relamió los labios, mostrando una sonrisa cínica, aunque más bien rozaba lo psicótico. –No voy a hacerles esperar más.

Sin embargo, antes de que pudiese clavar su lanza sobre el muchacho, una sombra se interpuso entre ellos. El resto de sus hombres reprimieron una exclamación de sorpresa, mientras que el joven dragón mantuvo sus ojos atentos, los cuales pese a poseer un color humano, su pupila era apenas una rendija. Aquella silueta oscura se desenvolvía con extrema agilidad, distrayendo a sus contrincantes quienes, pese a estar armados, no conseguían mantenerla quieta. Al cabo de unos segundos, la red que impedía su transformación, estaba hecha añicos.

Volvía a ser libre. Enseguida su cuerpo se levantó por sí solo, y reuniendo todo el aire que recogió sus pulmones, se impulsó hacia delante y a través de su garganta pudo sentir cómo el  calor del fuego bullía desde lo más profundo de su ser, lo que más le caracterizaba como así le dictaba su naturaleza. Keith y su séquito esquivaron el ataque, pero ello les obligó a mantener distancias alejadas y que las personas alrededor huyeran y armaran un escándalo, gritando. Esta vez, no se convirtió con el 100% de sus capacidad, sino que sólo dejó que sus alas nacieran de su espalda, alzando el vuelo, como había hecho momentos anteriores. Mientras abandonaba el suelo, planeaba por los tejados de la ciudad. No le extrañó que, la silueta que había distraído a sus enemigos, apareciera a su lado, saltando los tejados sin ningún tipo de dificultad.

Una mirada dorada conectó con la suya, una que también conocía, al igual que Keith. La única diferencia, residía en que esta, era completamente diferente. No era enemiga. Era aliada, siempre lo había sido, aunque su destino fuese huir en soledad, ella aparecía en esas situaciones de peligro. Su cabellera roja parecía una llama incandescente, moviéndose constantemente, puesto que sus mechones estaban sueltos. En su rostro llevaba unas pinturas del mismo color, justo por debajo de sus ojos, sobre la piel pálida. Su apariencia en sí, era extravagante. Portaba un arco tras su espalda.

¿Justo a tiempo, eh? – su voz cantarina era mejor que las carcajadas de los amigos de Keith.

¿Qué haces lejos del bosque, Lyria? – suspiró, odiaba que tomase decisiones por su cuenta, y más aún si no había pedido su ayuda. – Si la Guardia del Emperador te encuentra, te acusarán de traidora a tu raza.

Vaya, mira cómo tiemblo…– fingió cómo sus manos colapsaban en nerviosismo, para después sonreír ampliamente, creándosele unos hoyuelos en el rostro. – Son ellos los equivocados, Eivor. La tozudez humana no es algo de lo que quiera formar parte. Me siento orgullosa de haberlos abandonado desde que me di cuenta de lo que sucedía.

Aún me sorprende que seas humana, porque actúas más acorde a un feroz animal.

¿Viste cómo abrieron la boca como idiotas?

Sin embargo, no podían seguir la conversación. Una lluvia de flechas se cernían sobre ellos, además de desconocidos artefactos que expulsaban diferentes ataques que los hacían vulnerables, como rayos u otro tipo de armas cuyo filo era muy peligroso si lograba alcanzarte a larga distancia. Por suerte, Lyria poseía habilidades y conocimientos suficientes, así como reaccionar a cualquier ataque gracias a sus reflejos e instintos. Pero, cuando los tejados terminaron, la joven tuvo que caer al suelo. Eivor se fijó que habían llegado a la plaza, que precisamente no estaba abandonada.

Entonces, la vio. Una joven que esperaba, paciente. Pero ante tal caos que acababa de formarse, echó un vistazo hacia el cielo, encontrándose con la mirada de Eivor. Ahí, lo supo sin necesidad de preguntarse quién era esa chica. Desconocía su nombre, era la primera vez que la veía. Era su aura. El aura que no poseía un ser humano común. Eivor no negó que aquello era inesperado.

Por otra parte, Lyria se concentraba en correr. No podía ponerse perezosa en una situación tan crucial, porque de ser así, los cazadores le darían alcance. Un choque fortuito provocó que se desorientase por un segundo. Emitió un quejido, lanzando una maldición mientras se sobaba la zona de la frente, cerrando uno de sus ojos.

¡Maldita sea! ¿Quién…?

¡A-alto ahí!

Pero al estabilizarse, descubrió que frente a ella, sólo estaba un simple soldado. Este daba una apariencia de inseguridad, pero ya estaba echando mano de su arma.

¡Soldado, reaccione! ¡Deténgala!

No le dio tiempo. Un gran cuerpo apareció bajo ella, elevándola por encima de la plaza y de los gritos del que creyó intuir nada más verle, un capitán. Sonriendo con cierto alivio, acarició las escamas negras que ascendían cada vez más.

Gracias Eivor.

Eres una chiquilla estúpida.


Lyria supo que era la conexión mental, debido a que Eivor le era imposible hablar en su forma original. Se limitó a guardar silencio, dejando que el viento acariciase su rostro.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Capítulo 5.

Había comenzado una gran batalla entre gigantes y humanos. El grito del soldado que habían lanzado por los aires despertó al resto de criaturas, lo que hizo que se enfurecieran y comenzaran a atacar. En la cueva sólo podía oírse golpes de espadas, gritos y gruñidos de los gigantes. Usaban porras para golpear a los pequeños soldados, o incluso sus propias manos. Todo era caos. El capitán Aleksandr había quedado unos segundos observando lo que ocurría, pero fue el primero en reaccionar. Corrió hacia el centro de la sala, esquivando a los que se ponían por su camino, hasta llegar al líder de las criaturas

-¡Matad sólo a los necesarios! ¡Recordad que los necesitamos vivos!- Gritó a sus tropas. -¡Usad las redes y las cadenas!

En ese momento los soldados corrieron a obedecer las órdenes, mientras que el capitán luchaba contra el más grande. Detenía los golpes de éste con el escudo, a los que respondía con su espada. Sólo había una forma de acabar con aquel combate. Cuando el gigante golpeó una vez más, el capitán se agarró a su brazo y, al levantarlo la confusa criatura, Aleksandr cayó sobre los hombros de éste. Entonces vio su oportunidad. Levantó su enorme espada y le cortó la cabeza al gigante. El ruido que hizo al caer al suelo enmudeció a todos los combatientes mientras el capitán agarraba la cabeza por el pelo y la enseñaba a los demás. Los gigantes que quedaban vivos se arrodillaron instantáneamente, mientras los soldados se recuperaban de los golpes. No había habido ninguna baja, pero sí que había varios heridos. Había varios gigantes encadenados, pero la mayoría habían muerto en la batalla, así que comenzaron el viaje de vuelta a la capital humana.

A la mañana siguiente, los derrotados soldados entraron por las grandes puertas de la ciudad. Todo el mundo los miraba, pero ellos no se encontraban con fuerzas para fardar de su victoria.

-¡Sasha!- Se escuchó gritar a una mujer, que corría directa hacia el capitán Aleksandr. Tenía el pelo negro, largo y rizado. Por su constitución era delgada, pero su vientre estaba abultado debido al embarazo. La mujer de ojos marrones abrazó al capitán, que se mostró algo avergonzado y molesto por el ridículo que estaba pasando.

-Élaine, deberías quedarte en casa. Luego iré yo...- Comenzó a decir el capitán, pero la mujer lo interrumpió, entre las risillas de los soldados.

-¡Estás herido, cariño! Oh, Sasha... ¡Me dijiste que no era peligroso!- La mujer estaba histérica y no paraba de golpear la armadura del capitán.

-Élaine, luego hablamos, por favor. Tengo que ir ante el Emperador, no tengo tiempo ahora para ésto... Estoy bien, de verdad.- La mujer ya se había calmado, por lo que le dedicó una última mirada a su marido y se encaminó a su hogar.

Cuando llegaron al castillo del Emperador, el capitán entregó los gigantes otro capitán, Viscen, un viejo amigo suyo. Llevaba una armadura igual que Aleksandr, ya que era lo que identificaba a los de ese rango. Era más delgado y rubio, con los ojos azules. Tenía una barba y bigote que le tapaba media cara, junto a sus patillas.

-Bien, nos servirán como mano de obra.- Comentó al ver a los gigantes. -Y también para las batallas. Son tan tontos que no les importará luchar para nosotros, a pesar de que la guerra es contra los "fantásticos".- Esa última palabra la dijo con sarcasmo. -Esa maldita escoria... Oye, Sasha, el Emperador quiere verte.

El capitán Aleksandr rió con las palabras de su amigo Viscen. -Está bien, vigila a mis tropas mientras tanto. En especial a ese individuo.- Aleksandr señaló entonces al soldado esmirriado de antes. Cuando se hubo despedido de su compañero, fue ante el Emperador, que lo recibió con amabilidad.

-Oh, capitán Aleksandr, te estaba esperando...- Decía con calma mientras se acercaba al arrodillado capitán. -Supongo que habrás oído hablar de La Muerte... Muchas historias cuentan sobre ella. Muchas catástrofes han ocurrido por su culpa. Debido a ello, muchas personas llegan a pensar que ni siquiera es humana, que es una criatura del mismo Diablo... Sandeces, en mi opinión, pero sí que pienso que podría ser una de esas repugnantes criaturas fantásticas... Pienso encargarte una misión con ella, capitán, pero no te confíes...- El Emperador se aclaró la garganta antes de continuar. -No será tu aliada. Quiero que en el momento que veas oportuno, te hagas con ella. Pero la quiero viva...

El capitán quedó en silencio unos instantes, pensando en lo que le acababa de decir. Él no creía ninguna de las historias que contaban acerca de aquella chica. No le tenía ningún miedo y consideraba necio a todo el que pensara lo contrario que él, pero respetaba al Emperador. -A sus órdenes...- Dijo el capitán mientras hacía una reverencia. En ese mismo momento llegó la joven al lugar donde se encontraban ellos.

Durante la reunión, sus pensamientos acerca de aquella chica no habían cambiado. Se sintió humillado por ella y pensaba echarle el guante en cuanto tuviera oportunidad. Su falta de respeto le pareció increíble, pero intentó mostrarse amable y educado para no levantar sospechas, a pesar de que su comportamiento realmente le había irritado. Además, le parecía un fastidio tener que irse de misión con ella, teniendo en cuenta que no había tenido tiempo ni de descansar. Lo único que quería era volver a casa con su esposa, que lo estaba esperando impacientemente. Pero el Emperador confiaba en él, y no podía arriesgarse a dejar de ser su favorito, después de todo, competía con su compañero y amigo Viscen. Entre ellos siempre hubo esa rivalidad, pero confiaban el uno en el otro.

Cuando terminó la reunión, el capitán Aleksandr salió a los jardines del castillo, donde se encontraban sus tropas junto al capitán Viscen. -Atención.- Cuando dijo eso, todos los soldados se colocaron firmes, en fila. -Me han encargado una misión importante, por lo que estaré ausente. Me sustituirá el capitán Viscen aquí presente. Obedeced todas sus órdenes. Y tú.- Señaló al ya conocido soldado, que se puso más recto debido a los nervios. -Tu nombre, dímelo.

-Ph... Philip, señor.- Dijo el esmirriado con voz temblorosa.

-Bien, Philip... A partir de ahora te tendré bien vigilado. Como vuelvas a meter la pata...- Pero su amenaza se vio interrumpida al escucharse una gran explosión que venía de la plaza. ¿Qué estaba pasando?


lunes, 8 de septiembre de 2014

Capítulo 4.

Ninguno de ambos volteó siquiera a mirarla. Abrieron el portón y lo cerraron con rapidez tras que ella hubiese entrado. Oyó susurros, y ya estaba acostumbrada a dichos, así que siguió de largo por un enorme pasillo con una alfombra de color rojo adornada con lo que parecían ser hilos de oro. El mundo pudríendose lentamente en la hambruna y este señor llamado Emperador era tan ajeno a la situación o bien tan desgraciado como para osar tener tal cantidad de fortuna, qué repugnante le parecía. Otros dos guardias la miraban con el rabillo del ojo mientras abrían la enorme puerta de cobre que daba paso al lugar en el que la aguardaba con ansia el Emperador. 
Cerraron la puerta y varios de los guardias que estaban presentes en la sala se despidieron con una reverencia y se marcharon tras un leve movimiento de cabeza de dicha persona que resultaba de todo menos imponente. Era un hombre ya mayor, regordete y canoso que rondaría los cincuenta años. Todo en él resultaba excesivamente estrafalario: llevaba una capa que, quizás por su altura, se arrastraba en el suelo, llena de adornos de diferentes colores y tela. También portaba un estoque, que ella apostaba que ni siquiera sabía utilizar, eso junto con aquella enorme corona llena de joyas del tamaño de puños y esa ropa de color dorado que apostaba también estaba hecha de algún material preciado le hacían en conjunto un hombre ostentoso y desagradable. Era una de las pocas personas que podía permitirse mirarla directamente a los ojos sin titubear, y en parte esto la desconcertó un poco. 
A su lado había un hombre tosco de ojos verdes con una enorme armadura rojiza que también parecía de lo más estrafalaria. Este también la miraba, pero con un aire de desconfianza. 
-Me alegro de que haya llegado a salvo de su viaje, señorita...

¿Estaba preguntándole su nombre? Porque ni ella lograba recordarlo ya. Asintió, haciendo caso omiso a dicha pregunta.
-Sí, ha sido un viaje largo y duro, pero he llegado bien y un poco antes de lo previsto. 
-Entonces supongo que ya no hará falta que le enseñe lo viva que está esta ciudad.
-Sí, está rebosante de vida... y de muerte. 

El hombre tosco se aclaró la garganta y la miró con cara de pocos amigos. Ella no se inmutó.

-Ah, sí, le presento al Capitán Aleksandr. Es mi hombre de confianza y un gran guerrero, como podrá ver. 
El hombre hizo otra reverencia y volvió a colocarse muy erguido, como si fuese una estatua. Sujetaba una enorme espada entre las manos, que tenía pinta de pesar bastante y ahora que se había fijado en él con más detenimiento, parecía algo magullado.
-Ya veo que sus expediciones no es que tengan mucho éxito. 
Dijo ella, descortés. 
El hombre no se movió del lugar, y el Emperador soltó una risa que ella suponía era de nerviosismo ante haber dado en el clavo.
-Bueno... Es difícil que tengan éxito, ya que nos enfrentamos a cosas inhumanas. 
Ella asintió.
-Sí, cosas inhumanas que sin embargo son más humanas que ustedes. 
El hombre esta vez se movió amenazante, pero el Emperador le detuvo antes de que pudiese hacer cualquier acción.
-¿Y bien? ¿A qué se debe esta cita? 
El Emperador asintió repetidas veces y se sentó, sudoroso. Al parecer sus pequeñas patitas no podían soportar mucho tiempo con su enorme barriga. 
-Necesito que robes cierta información... 
-¿Tengo que repetir que me dedico solamente a asesinatos? No pienso ayudarle a usted ni a sus expediciones, ni a su imperio, ni a la humanidad...- Dijo, alzando la voz peligrosamente y cansada de las continuas llamadas para recolectar información sobre el bando enemigo y demás- Yo soy La Muerte. Simplemente decido quién vive y quién muere, no me dedico a otra cosa, soy algo que llega naturalmente y, como veo, algo innecesario. Este imperio...
-¡Suficiente! 
El hombre robusto alzó la voz por encima de ella y varios guardias se asomaron por las puertas laterales alterados. 
El Emperador, que parecía tremendamente irritado ante la falta de modales de su invitada, le restó importancia con un gesto de su mano y el ambiente se notaba tenso, pese a que los guardias se habían marchado y el hombre robusto parecía haberse controlado a si mismo.
-No sé si me he explicado bien... Es que tampoco es que tengas otra opción. Soy el Emperador ¿Lo olvidas? YO soy quien decide quién vive y quién muere. Y puedo decidir tu muerte si te niegas.
-Adelante. Si me ha llamado a mí es porque ningún otro soldado de juguete suyo puede hacerlo. Me necesita viva ¿No es así? Es un poco deshonroso tener que contratar a una asesina delante de su mejor hombre. 
Las palabras afiladas parecieron clavarse entre los huecos de la armadura del hombre.
-Está bien, entonces te pediré que asesines. 
El hombre de armadura se movió pesadamente y sacó de su cinturón un papel arrugado y amarillento. Era un papel donde estaba dibujado un chico que probablemente tendría unos pocos años menos que ella, de pelo oscuro y lacio y ojos amenazantes que centelleaban, aunque se tratase de un dibujo. 
-Este es tu objetivo. No sabemos su nombre, por desgracia. Solamente sabemos que no es humano, pese a su apariencia. 
Ella asintió y se guardó el papel en uno de los bolsillos de su pantalón corto verdoso. 
-Bueno, con su permiso me despido ya. 
-¡Espere! Aleksandr irá con usted. Él ha recibido órdenes ya de nuestro estratega, y sabemos como encontrarle. Le será de ayuda...
-Alguien con algo tan estrafalario puesto y con tantas magulladuras no parece la persona más indicada para caminar junto a una asesina sigilosa. 
-Si es por sus ropajes, no se preocupe, se pondrá algo más corriente. En cuanto a sus habilidades, estoy seguro de que estará más que a la altura de usted, damisela. Aguarde en la plaza central, en unos momentos Aleksandr irá para allá en su búsqueda. 
Ella asintió. Era un fastidio tener que trabajar en equipo con alguien que tenía pinta de ser extremadamente lento, pero lo hizo como un acto de cortesía ante su comportamiento descarado. 
Aguardó en la plaza rodeada de gente que iba y venía con frutas, verduras y otros alimentos. Entonces recordó que era humana y que probablemente llevaría un día sin comer. Se apresuró a acercarse a uno de los puestos que vendían manzanas rojas y exquisitas cuando una explosión y una serie de escombros volaron por toda la zona. Se puso a cubierto antes de que ninguno de ellos pudiese darle y con una agilidad sorprendente subió al tejado de paja del puesto y corrió entre tejados hasta llegar al lugar de la explosión. Ante sus ojos vio a aquel joven de ojos llameantes convertirse en una bestia alada de un tamaño increíble. Se quedó oculta en el tejado mirando con expectación a su presa, mientras este era capturado bajo una red y volvía a ser humano. Hablaba con un hombre que, por el polvo de la explosión, sólo logró ver su silueta. No supo si continuar persiguiendo el destino de su presa o aguardar en la plaza al hombre con el que debía cumplir dicha misión. 
Dudó, pero como había dado su palabra y no quería faltar a dicha, dio media vuelta y volando por aquellos tejados volvió al lugar de espera y aguardó pacientemente.

domingo, 24 de agosto de 2014

Capítulo 3.

Oscuridad. Ese había sido uno de sus primeros recuerdos cuando se anunció su despertar. En un lugar impregnado de tinieblas y frío cortante que calaba en cada uno de sus huesos. Aún su sentido auditivo rememoraba el sonido de los gritos ahogados, de la creciente desesperación, de las armas de fuego.  El anuncio de la muerte, de la guerra. Pero el egoísmo se había vuelto en contra de los humanos. La guerra alcanzó el culmen por parte de aquellos cuyas raíces desbordaban magia por los cuatro costados. Las mismas criaturas que habían nacido en la misma tierra que él.

Abrió los ojos con lentitud. Un azul profundo, tan fuerte y cargado de energía, levantaron sus párpados, perezosos. Como bienvenida, un cielo muy diferente al de sus recuerdos, se mostró ante él. El firmamento le mostraba cada una de las estrellas, las almas que una vez había estado abajo, en el mismísimo infierno, o así lo denominaba desde que su corazón había comenzado a palpitar en ese lugar. O quizás, debería decir, en el lugar al que una vez perteneció. Ahora, estaba en territorio humano, aunque conquistados por aquellos que nunca compartieron semejanza con esos seres tan corrientes y vulnerables. El cielo seguía siendo el mismo, al fin y al cabo. Trató de levantarse, estirando su gigantesca columna vertebral, sus escamas del color de la noche brillaban, sus alas se desplegaron levemente para disfrutar de la brisa que por allí corría.

En medio de unas ruinas, Eivor descansaba. Sus garras se abrían para arañar el suelo cubierto de grietas, mientras un bostezo escapaba de sus fosas nasales, las cuales desprendieron un halo de humo que no le molestó en lo absoluto. El techo había sido carcomido por el paso del tiempo, que jamás perdonaba, así que la luz de la luna daba de lleno en cada rincón de los vestigios de una gran estructura. Era un largo viaje el que estaba emprendiendo, pero debía de continuar. Era un eterno escape de las personas que querían darle caza. Pese a que en ese sitio las cosas se hubiesen normalizado, pese que algunos humanos le temían al descubrir su verdadera forma, otros no eran tan temerosos y lanzaban sus armas contra él. Era su propia búsqueda, la búsqueda de la tranquilidad. Jamás podía permanecer por mucho tiempo en un mismo sitio. Y eso, no le molestaba. No demasiado.

Por lo tanto, sin más dilación, el dragón abandonó las ruinas, efectuó su característica velocidad y alzó el vuelo. Lo que más amaba, era volar. Jugar entre las nubes, efectuar maniobras aéreas, sentir que era la criatura más inmensa del mundo entero, ser más libre que cualquier humano o ser mágico que se mantenía obligado a permanecer en el suelo. Observó los pocos bosques bajo él, los ríos, las zonas más maltratadas y destruidas. Un único continente que según le habían relatado algunos habitantes, en su época de gloria, fue más de uno. Era difícil de creer si se detenía a pensarlo con detenimiento, pero no estaba allí para investigar lo que una vez había sido la tierra que no le había visto nacer. Jamás había pertenecido a ellos, nunca más lo sería.

No tardó en llegar a su próximo destino. La capital. Alcanzando el suelo en una zona más alejada de los ciudadanos, sus patas aterrizaron en perfecto estado. Cerrando los ojos y respirando profundamente, dio lugar la transformación. Las alas se sustituyeron por brazos, las extremidades inferiores en piernas, su rostro de reptil, en un rostro humano, las escamas en un cabello lacio y oscuro. Agradeciendo que llevaba ropa encima, se subió al árbol más cercano con una agilidad sobrehumana. Desde ahí, pudo divisar las luces, centelleantes y permanentes de aquel monstruo creado por los humanos. No tenía nada que ver a las viejas cabañas, a las cuevas, a la naturaleza. Esbozó una sonrisa de lado, sus deseos de acabar con todo burbujearon como el fuego, desde el lado más siniestro de su corazón. Pero no podía precipitarse. Primero debía de pensar con la cabeza fría.

Bajó de la rama y tomó dirección. No fue complicado, su descenso había sido en zona estratégica, no se encontraba lejos. En cuanto se inundó en aquellas calles y edificios extraños, su identidad se confundió con la del resto. Había contaminación acústica, voces estableciendo conversaciones en alto, risas juveniles, algunos caminaban con miedo, otros avanzaban despreocupados. Eran iguales que aquellos desgraciados que quisieron terminar con su vida tiempo atrás. El despojo de la humanidad era igual tanto en el anterior mundo como en el actual. Una manzana podrida de sabor agrio y putrefacto. Los miraba con odio, pero no se permitió el detenerse. Debía de continuar.

Sin embargo, entre la marabunta de gente, sintió que estaba siendo observado. Una sensación pesada tras la nuca, el olor del peligro. Avanzó más rápido, aligerando el paso mientras mantenía las manos dentro de los bolsillos de sus pantalones. Problemas ahora no. No le apetecía. Tenía sueño, sólo quería dormir. Dormir y seguir sin tener objetivos en aquella asquerosa vida. Pero entonces, escuchó una especie de explosión. Gritos, alarma, alzó la mirada y vio humo saliendo de una estancia vieja, pero seguía siendo un ataque en toda regla. Se fijó en una joven que pasaba por allí, un escombro cayendo justo donde ella se situaba. Su instinto habló por él.

La joven debió de sorprenderse, y el chico lo consideró normal. No todos los días podías estar a los lomos de un dragón y ser salvada por él. Pero percibió el miedo en su rostro, en su cuerpo, el asco, el odio. La guerra había dejado ese sentimiento. Aún vivía ese sentimiento. Cuando volvió al suelo y ella bajó, retrocediendo y temblando, vio cómo gritaba mientras le señalaba. Todos empezaron a rodearle, curiosos,  con enfado, no sabía muy bien con qué, pero entonces, la voz de un hombre:

–Por fin te encuentro, bestia inmunda.

Un contacto visual. Un encuentro. Un desafío. Esperó encontrarse a cualquier persona, pero no a la que precisamente consideraba muerta, y a la que precisamente hubiese preferido ver bajo el subsuelo. El odio que había evitado que saliera a la superficie, se manifestó. La rabia salió de él en forma de bocanada de fuego, formando más caos entre las personas y avisando, supuso que, a sus propias autoridades. Pero cuando estuvo a punto de volver a volar, unas redes le atraparon, su cara chocó contra el suelo, y una presión ejercida sobre su cuerpo ocasionó su transformación. Volvía a ser humano, volvía a ser débil. Apretando los dientes y gruñendo, levantó la cabeza todo lo que pudo, para ver a su cazador.

–No puedes escapar eternamente. Tu final ya ha llegado, Eivor.

Pero su cazador se sorprendió ante la sonrisa ladeada que el joven le dedicó.

–Más quisieras. Esto sólo acaba de empezar.

viernes, 15 de agosto de 2014

Capítulo 2.

A altas horas de la noche, un pequeño ejército se encontraba subiendo una montaña escarpada. Eran unos cien hombres, todos ellos con armaduras y cotas de malla. Algunos cargaban con unas grandes y largas cadenas, mientras otros llevaban redes. Al frente iba un hombre más alto y robusto que el resto. Llevaba una gran armadura de color rojo y con detalles dorados en el pecho, y un escudo que podía cubrirlo entero en su brazo izquierdo; la otra mano la tenía preparada para desenvainar la espada que tenía amarrada a la cintura.

Aquella noche no se podía oír más que la respiración agitada de los hombres y el ruido que hacia las armaduras y las cadenas al caminar. Al fin se detuvieron frente a una gran roca y el soldado de la armadura se dio la vuelta para mirarlos a todos. Se quitó el yelmo que le cubría la cabeza para hablar. Su aspecto intimidaba, tenía una fuerte mandíbula y mirada seria. Sus ojos verdes recorrieron de izquierda a derecha a los soldados y al fin comenzó a hablar.

-Ya conocéis las órdenes.- Comenzó a decir con su voz grave y áspera. -El Emperador nos ha mandado aquí confiando en que seríamos capaces de atrapar algunas de estas asquerosas criaturas.
-Pero capitán Aleksandr...- Interrumpió uno de los soldados. Era más esmirriado que el resto y en su voz se notaba el miedo. -Es muy peligroso... Esas bestias nos arrancarán la cabeza o nos comerán vivos en cuanto nos acerquemos.
-Están dormidos.- Respondió el capitán, sin cambiar su tono de voz. -Nos acercaremos con cautela. Si despiertan, no os molestéis en huir, ya que nos perseguirán sin descanso. Luchad. Tenemos que ir a por el líder en primer lugar...
-¿Cómo lo vamos a diferenciar?- Volvía a interrumpir aquel miedoso soldado.
-El líder siempre está en el centro. Además, es el más grande. En cuanto lo matemos, atrapad los que podáis. Tampoco podemos arriesgarnos demasiado, tenemos permiso para matar a los que haga falta. ¿Alguna duda más?- Volvió a callar, esperando a que hablara algún soldado. Como no fue así, volvió a ponerse el yelmo. -En marcha.

Rodearon la enorme roca que los cubría y todos ahogaron un grito de terror. El terreno estaba lleno de restos de animales. El olor era espantoso. Mientras caminaban, se escuchaban las arcadas de los soldados. "No quiero acabar así", decía alguno. Después de largo rato, llegaron a una enorme cueva. Era muy oscura, pero las pocas antorchas que llevaban algunos soldados era suficiente, ya que temían despertar a los monstruos. De dentro de ella se escuchaban unos aterradores ronquidos que retumbaban en las paredes. El capitán Aleksandr dio una orden para que continuaran caminando. La caverna tenía un techo muy alto, por el que revoloteaban algunos murciélagos. Los huesos de los animales crujían cuando pasaban por encima. Los ronquidos cada vez se escuchaban más cercanos, hasta que llegaron a una enorme sala. Los hombres volvieron a aguantar la respiración.

Unas criaturas enormes de aspecto humano dormían en el suelo. Medían entre cuatro y siete metros. Estaban completamente desnudos y cubiertos de mugre. Muchos tenían enormes heridas, dientes rotos y a alguno también le faltaba alguna extremidad. Eran gordos y apestosos. Dormían agarrando grandes garrotes con pinchos. En el centro se podía diferenciar al de mayor tamaño. Llevaba puesta la cabeza de otro gigante, el anterior líder de la manada, como trofeo.

En cuanto vieron al capitán avanzar lentamente, los demás lo siguieron. Cada vez que alguna armadura o las cadenas tintineaban, los gigantes más cercanos emitían gruñidos. El soldado esmirriado, que iba entre los primeros de la fila, temblaba y miraba a ambos lados mientras esquivaba a las bestias. En ese momento tropezó con la cabeza de un gigante. Dejó escapar un grito de terror y se le cayeron las cadenas. Todos los soldados se habían quedado paralizados mirando en dirección al ruido estrepitoso que había provocado. Pasaron unos segundos, pero ningún gigante se había movido, así que suspiró aliviado mientras se disponía a recoger las cadenas. En ese momento una enorme mano agarró la pierna del soldado y lo lanzó por los aires.

Habían despertado.

jueves, 14 de agosto de 2014

Capítulo 1.

Aquella era la primera vez que la joven visitaba la capital, y a decir verdad estaba un poco emocionada por haber salido de aquella pequeña aldea en la que había vivido sus diecinueve años de vida. Unos diecinueve años de penuria, sangre y otras malas experiencias que habían mellado su corazón hasta un punto considerado inhumano. Sabía que todos la conocían, sabía que la temían, y que pese a todo ello, harían todo lo posible por ignorar su existencia y ni siquiera pronunciar su nombre, considerado de mala fortuna. Hacía tantísimo tiempo que no hablaba con nadie que había dejado de sentir la necesidad de relacionarse con el mundo. En su mundo ahora sólo estaba ella, y vivía por ella y nada más que ella.

Caminaba sin aparente entusiasmo por las calles de la capital del recién levantado imperio humano mientras se oían susurros a su caminar y la gente se apartaba con temor. Sabían que llegaría, y sabían por qué. Ella los ignoró, como siempre había hecho y prosiguió por las abarrotadas calles llenas de bazares, vendedores ambulantes, campesinos... Y algo le llamó la atención. Un viejo herrero había recién terminado de forjar un sable japonés de un filo hermoso; tan fino y afilado que parecía cortar sólo con mirarlo.

-¿Te interesa ese? Pues me temo que no está en venta. Lo he forjado exclusivamente para el Emperador.
Dijo, mientras seguía martillando el blando acero de la nueva espada que creaba. Ni siquiera le había dirigido la mirada.

-¿Estás seguro de que ese Emperador sabría utilizar ese sable como se merece?

El viejo resopló y alzó la mirada, perdiendo el equilibrio de su silla de madera y cayendo hacia atrás estrepitosamente. Otra vez aquella mirada de terror.
"¡Ha hablado con La Muerte! ¡Ahora estará maldecido para toda su eternidad!" Se escuchaba entre la multitud.
Con el pulso tembloroso cogió la espada y la tiró lejos de allí, aprovechando para levantarse y ponerse a una distancia segura.
-¡Es toda tuya! ¡No me asesines, por favor!
Ella se aproximó al arma de belleza hipnótica y la empuñó con fuerza, bajo las miradas aterrorizadas de los lugareños, y luego la metió en una de las fundas de cobre que colgaban del techo del tendero. Se la colocó en el cinturón de cuero y se inclinó en señal de agradecimiento, sin pronunciar ninguna otra palabra.
Siempre sucedía lo mismo. Era imposible para ella pasar desapercibida, como última humana del Este sus rasgos asiáticos destacaban demasiado entre la población ahora mayoritariamente formada por occidentales y Huilliches, o gente del sur.  Se decía que todo el oriente había perecido tras la aparición de La Cicatriz, una enorme falla que se consideraba eternamente profunda y que había sido el resultado de la investigación de la antigua civilización humana. O al menos eso era lo que se contaba en los pocos libros que habían sobrevivido a una catástrofe que movió los antiguos seis continentes hasta formar uno exclusivo. Pero ella sabía perfectamente que los Orientales no se habían extinguido ni por culpa de La Cicatriz, ni por culpa de los elfos, ni de los enanos, ni de ninguna otra raza que había llegado a través de ella. Ella sabía que el ser humano se había destruido a sí mismo, y que en su afán de intentar unificar todas sus fuerzas contra los nuevos invasores sometieron a la mayoría de la población; inexperta en el arte de la lucha.
Por eso ella había decidido ser diferente. Desde pequeña entrenó duramente en el manejo de todo tipo de armas y su fama como asesina había llegado hasta el mismísimo emperador.
 No guardaba rencor a ninguno de los ahora normales seres que poblaban la tierra, pero no tenía respeto ninguno por la vida humana. Los consideraba seres despiadados, capaces de cometer atrocidades solamente por poder, o por salvar su propia vida. No solamente habían enviado al campo de batalla a campesinos en el pasado, sino que seguían haciéndolo. Luchaban una guerra perdida, pero su orgullo les cegaba y les impedía ver la verdad.La verdad de ciudades hambrientas, de un riesgo de casi el cien por cien de morir en batalla, de niños huérfanos que un buen día desaparecen de las calles y al día siguiente mágicamente hay comida para la parte baja del mundo... De familias destrozadas por el horror de la guerra y de campos de cadáveres.
"¿Estás seguro de que es ella?" "No cabe duda, mira su pelo. Es tan fino, lacio y oscuro como cuentan las leyendas..."
Finalmente llegó al puente de unión entre la población y el castillo. No le hizo falta mencionar quién era ni por qué estaba allí. El portón se abrió con un quejido oxidado y la chica entró hacia su encuentro con el ahora gobernador del mundo.